Columna de Ricardo Lagos: Nuevas tecnologías, democracia de futuro

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En Chile llegó la hora de mirar menos los 30 años del pasado y más a los 30 años del futuro. No cabe la mirada por el espejo retrovisor, hay que optar por quienes están dispuestos a dar un salto adelante.



Mirando la secuencia de elecciones que se dan en América Latina, como las de Perú, Chile, Argentina, así como las cuestionadas en Nicaragua y Venezuela, y la de Honduras este domingo, alguien me pregunta desde lejos: ¿qué y cómo piensa hoy el ciudadano latinoamericano? La respuesta –que no es fácil– obliga a mirar las expresiones políticas de hombres y mujeres de nue stros países con ojos de siglo XXI.

Todos los análisis coinciden en que las matrices que orientaban el voto de la ciudadanía –como los conceptos de izquierda y derecha– así como el acceso a la información, han cambiado profundamente. Gracias a las nuevas tecnologías, el vínculo entre poder y sociedad pasó de ser vertical a horizontal. Hoy se expresa en una interacción cotidiana en la que el ciudadano puede decir lo que piensa e interpelar las posturas de sus dirigentes a través de un tweet, un comentario en Facebook, un video en Tik Tok o Instagram, o un comentario en un grupo de WhatsApp. Sabemos que allí hay verdades y falsedades, pero es una realidad determinante. Los medios clásicos están presentes y un debate presidencial en televisión puede llegar a alcanzar una sintonía importante. Pero el tema no es de audiencias, sino de credibilidad. ¿Dónde y cómo el ciudadano contemporáneo configura sus convicciones? Es una pregunta que muchos dirigentes de partidos políticos –especialmente aquellos con décadas en la confrontación electoral– se hacen sin llegar a respuestas claras.

Los expertos lo dicen: la fidelización a una matriz política ya no predomina en nuestros países. Hay cada vez más volatilidad; lo que se votó ayer de determinada manera no anticipa una votación en el mismo cauce político mañana. Y esto, señalan informes recientes, está ligado a una sociedad muy irritada. De allí a la emocionalidad política como forma de resolver el voto hay solo un paso. Ya en 2018, el Latinobarómetro daba señales preocupantes: el apoyo a la democracia cayó al 48% (el nivel más bajo desde 2001); la indiferencia entre democracia y autoritarismo subió del 16% al 28%; la insatisfacción con la democracia trepó del 51% al 71%, mientras la satisfacción cayó del 44% al 24%.

Es en estos escenarios donde los populistas encuentra su oportunidad. Está el ejemplo de El Salvador, aunque no es único. En febrero 2019, Nayib Bukele obtuvo una victoria cómoda en la primera vuelta, infligiéndole una dura derrota al bipartidismo salvadoreño. Ya en el poder y ante una agenda de promesas en crecimiento económico, reducción de la pobreza, mejoras en las condiciones de seguridad ciudadana y lucha contra la corrupción, pronto tomó acciones antidemocráticas como llegar al Congreso con tropas militares para exigir la aprobación de una ley, intervenir el poder judicial, perseguir la libertad de prensa y, en estos días, allanar las sedes de seis ONGs que luchan por los derechos de las mujeres. Típico ejemplo del que llega al poder por vía democrática para después montar una autocracia. Y, ojo, ha habido aplausos extremistas a sus medidas.

Si bien cada país tiene realidades diferentes, los principios democráticos son esencialmente los mismos: el ciudadano tiene el poder del voto. El desafío de las fuerzas políticas emergentes y sus líderes es entender el contexto en el cual se consolida ese poder. ¿Cómo se combinan las palabras cambios estructurales y orden institucional? ¿Cómo señalar al ciudadano que las políticas públicas no se ejecutan de un día para otro, mientras éste vive impregnado de la inmediatez y los hechos de coyuntura?

Tal vez porque uno ha vivido lo que ha vivido puede decir que el desafío principal de quien está en la política es saber escuchar a la gente. Y en eso, los métodos han cambiado. Ya no es la plaza ni la gran concentración con el líder hablando a la multitud donde surgen las orientaciones principales. Es en el diálogo directo, cercano, por una parte, y es en la comprensión de la emocionalidad política en el ámbito digital, por otra. Sin embargo, en muchos casos, las élites políticas siguen insertas en las viejas convenciones, incapaces de entender el cambio epocal que vivimos con la revolución digital. Es desde esta realidad, desde las nuevas formas, con lo digital cruzando a nuestras sociedades, desde donde las nuevas generaciones deberán construir la relación entre poder y futuro, entre mirada estratégica y debates de coyuntura.

En Chile llegó la hora de mirar menos los 30 años del pasado –de los que la historia se hará cargo– y más a los 30 años del futuro. Es allí donde la revolución digital en marcha –aquella donde la brecha digital se supere, donde la educación se transforme, donde el teletrabajo se torne permanente, donde los flujos del decir ciudadano orienten– marcará los tiempos, como ya lo está haciendo. No cabe la mirada por el espejo retrovisor, hay que optar por quienes están dispuestos a dar un salto adelante, especialmente cuando un espíritu realmente democrático los inspira. Aquellos que en este tiempo digital están construyendo una gobernabilidad moderna con un Estado fuerte y orientador, un mercado innovador y sustentable, y una Sociedad con oportunidades y protecciones. Una gobernabilidad que desde esa mirada de futuro entregue seguridad y orden, porque está basada en el progreso y el desarrollo justos. Y en eso, las nuevas tecnologías pueden ser una herramienta valiosísima para escuchar a la gente, reconstruir la credibilidad y fortalecer el principio democrático por excelencia: que los ciudadanos ejercen el poder a través del voto.

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