Columna de Roberto Camhi: “Lo que aprendí de los esquimales”
"Esta capacidad de usar el lenguaje de manera adecuada y tener las distinciones necesarias para escuchar activamente a otros, en lo que dice, lo que siente y cómo lo expresa su propio cuerpo, es uno de los aspectos más importantes que deben tener los verdaderos líderes de hoy, y debo confesar que uno de los grandes aprendizajes de mi vida en los últimos años."
¿Cuántos tonos de blanco puedes reconocer?
Whorf era un firme defensor del determinismo lingüístico. El aseguraba que la lengua que aprendemos afecta drásticamente a la forma en la que percibimos, recordamos y pensamos el mundo.
Aunque nunca he estado en Alaska, Siberia o Groenlandia, ni tampoco he conocido a los Inuit, como se les denomina a los esquimales, hace mucho tiempo escuché una historia que decía que este pueblo era capaz de distinguir hasta una treintena de tonalidades de blanco, cada uno con su denominación particular. Esto, que al parecer no deja de ser un mito pseudocientífico, fue popularizado en la primera mitad del siglo XX por el lingüista Benjamin Whorf.
Pero, ¿por qué creo que es importante esto? Porque la mayoría de nosotros escuchamos e interpretamos de manera literal lo que las palabras dicen y tendemos a pasar por alto lo que el otro interpreta o siente de lo que decimos. Lo que le pasa al otro está determinado por su historia, creencias y entorno en el que se ha desenvuelto, donde el lenguaje ha sido parte fundamental para desarrollar su visión única del mundo. Cada uno de nosotros tiene el propio y ninguno es más real o cierto que el otro. Los esquimales han vivido siempre rodeados de nieve, por lo que parece natural, e incluso deseable, que pudieran desarrollar capacidades y distinciones únicas asociadas a su realidad y entorno, para su propósito de defensa y sobrevivencia.
El problema se da cuando, asumiendo que el otro percibe lo mismo que nosotros, nos centramos en lo que queremos transmitir, es decir, lo que nos importa a nosotros, sin preocuparnos de las múltiples interpretaciones que pueden tener los demás de nuestro actuar. En ocasiones, sin querer, podemos estar ofendiendo o posibilitando que el otro perciba algo diferente a lo que quisimos decir.
Hace poco una persona con la que estaba trabajando un proyecto me dijo “si quieres lo hago yo para que salga más rápido”. Eso, que para ella fue una muestra de cariño y generosidad al ofrecerme hacerse cargo de mi trabajo, para mi fue, derechamente, una ofensa. Lo interpreté como una forma elegante de decir que yo estaba siendo ineficiente.
Cuando hablamos de poder distinguir colores, como en el ejemplo de los esquimales, esto mismo es aplicable a múltiples otros aspectos, como podrían ser las emociones, los gestos y, por supuesto como ya vimos, el lenguaje. En el mundo del coaching hablamos de tener distinciones, la capacidad de distinguir mejor lo que se dice y se escucha, intentando ir más allá del sentido literal de las palabras para mirar “debajo del agua”.
Esta capacidad de usar el lenguaje de manera adecuada y tener las distinciones necesarias para escuchar activamente a otros, en lo que dice, lo que siente y cómo lo expresa su propio cuerpo, es uno de los aspectos más importantes que deben tener los verdaderos líderes de hoy, y debo confesar que uno de los grandes aprendizajes de mi vida en los últimos años.
Cuando estoy sólo preocupado de mi propia agenda, cuidando mis intereses y sin atender a las necesidades y emociones de los demás, muchas veces paso por alto lo que puedo estar generando en los demás y pierdo oportunidades únicas de desarrollar el potencial de la relación y del otro. Un buen líder siempre debe buscar cómo ayudar al otro a brillar y desarrollarse, y el uso correcto del lenguaje es una de las herramientas más poderosas para lograrlo. A veces pensamos que el trabajo colaborativo o en equipo es un juego de suma cero, en donde no puedo entregar a los demás ese brillo porque perderé el mío propio. Pero es todo lo contrario.
Si en vez haberme dicho que “lo puede hacer mejor o más rápido” la persona con la que trabajé el proyecto hubiese indagado si necesitaba su ayuda o sí sería de valor para mi su colaboración, la oferta hubiese sido bien recibida. En ese caso, el foco hubiese estado puesto en la necesidad del otro, o sea, en la mía. Así es como debe ser. A veces es tan simple como hacer la pregunta correcta.
Una vela encendida puede encender miles de velas, sin perder su capacidad de seguir brillando, entregando luz y energía. Si aprendemos esto tan simple, avanzaremos en el camino de ser mejores líderes y personas, desarrollando equipos cohesionados y comprometidos, que es lo más importante que hoy las empresas y la sociedad necesitan.
* El autor es fundador Mapcity y Apanio, advisor/director startups, autor de “Piensa al Revés” y “Hackea tu Mente”.