Columna de Rodrigo González: Cantos de Represión, viaje al corazón de las tinieblas chilenas
A diferencia de los muchos registros audiovisuales sobre Colonia Dignidad, Cantos de represión se centra en sus habitantes, hayan sido testigos pusilánimes de Schäfer o víctimas que no olvidan ni perdonan. Hay dos centros de gravedad: el afable y rozagante Jurgen, y el apesadumbrado Horst, ambos abusados en su niñez.
Esta película lleva rodando al menos dos años por distintos festivales de cine del mundo y llega a las salas de nuestro país cuando ya ha corrido bastante agua bajo el puente. Netflix tiene desde hace seis meses en su parrilla programática su serie documental Colonia Dignidad: Una secta alemana en Chile y hace sólo 14 días se estrenó en cines Un Lugar llamado Dignidad, el filme de ficción de Matías Rojas Valencia.
Aun así, el documental de Estephan Wagner y Marianne Hougen-Moraga aguanta cualquier comparación con el vigor de un roble. O, mejor dicho, con la magnificencia de un hualle, aquella versión chilena del árbol europeo, tan común en la zona central, ciertamente habitual en Parral, no muy lejos del enclave de Villa Baviera, la ex Colonia Dignidad de Paul Schäfer. Tal vez su poder seductor se debe a su ritmo pausado y limpio, a su falta de adornos, a su carencia de música incidental y de voces en off.
Lo que se ve es lo que hay y lo que hay no necesita ningún tipo de explicaciones. Los directores, dos chilenos radicados en Dinamarca, estuvieron durante tres años filmando en el lugar de los hechos. Convivieron con algunos de sus habitantes y registraron sus vidas, ancladas a un pasado espeluznante, cubierta de medias verdades y hasta “iluminada” por cantos religiosos que celebran el trabajo, la fuerza física y el paisaje natural. Eran las canciones que enarbolaban junto al pastor Schäfer y el título del filme alude a esos himnos.
A diferencia de los muchos registros audiovisuales sobre Colonia Dignidad, Cantos de represión se centra en sus habitantes, hayan sido testigos pusilánimes de Schäfer o víctimas que no olvidan ni perdonan. Hay dos centros de gravedad: el afable y rozagante Jurgen, y el apesadumbrado Horst, ambos abusados en su niñez. Jurgen aún toma calmantes para resistir el golpe del recuerdo y Horst vive atrapado en la disyuntiva de reinventarse lejos de ahí o ceder a la coexistencia pacífica con compatriotas a los que desprecia. Jurgen parece más feliz, pero todos adivinamos que la procesión va por dentro.
Esta mascarada afiebrada fue predicada por Schäfer y sus ayudantes. Hubo un coro local para ponerle banda sonora a la vida diaria y por eso no es extraño que dos viejecitas que aún no creen nada de lo malo que se ha dicho de la ex Colonia, añoren los viejos tiempos. Están en su lechos de vejez, una de ellas dice: “A mí me gusta recordar las cosas buenas. Nos dieron mucho en la vida. También nos criaron con orden, disciplina y limpieza. Trabajo duro, honestidad”.
Ambas lucen alienadas de la realidad, como en un universo paralelo. La película de Hougen-Moraga y Wagner capta aquel micro mundo con una transparencia aplastante y uno llega a la conclusión de que tales episodios no necesitan ficción alguna. Cantos de represión encaja con lucidez en este territorio del horror, en este corazón de las tinieblas chilenas.