Columna de Rodrigo González: Huesera, un embarazo infernal
Con un manejo sensible de los efectos sonoros y visuales, la película logra contarnos en apenas hora y media una historia emblema de una muchacha latinoamericana abandonada a un destino abyecto. Emparejada con un hombre de mayores recursos y al que su madre le brindó un bonito departamento, la mujer lleva la gestación de su hija como un vía crucis.
Tal vez no lo necesita ni tampoco se le está “yendo el tren” como dice su insidiosa hermana, pero Valeria (Natalia Dolián) emprende el camino de la maternidad como un borrego, llenando todos los casilleros de las convenciones sociales. Su pareja Raúl (Alfonso Dosal) sí que desea un hijo y en la consulta médica se le ve más ansioso incluso, interesado en que el esquivo embarazo llegue de una vez por todas.
Esta asimetría entre ambos con respecto a los niveles de compromiso hacia la paternidad jugará un rol cada vez más importante en la historia de la película Huesera, de la debutante realizadora mexicana Michelle Garza Cervera. Es más, el horror en varias de sus dimensiones depende un poco de ello. A través de un planteamiento inteligente y al principio más bien distanciado, la historia nos describe como el embarazo y el posterior alumbramiento pueden ser una pesadilla en la vida de la persona equivocada.
Huesera parece querer decir que mujer no es sinónimo de madre y que ni la familia ni el esposo tienen el derecho de vestirla a priori con esa condición. De lo contrario, la vida se puede transformar en una pesadilla, que es lo que a Valeria comenzará a pasarle a través de múltiples y escalofriantes visiones y sensaciones. La gran gracia de Huesera es que recurre al horror, un tipo de cine tan presto para hablar de otras cosas, y no se atraganta con discursos de género en su retrato de la ordalía de esta mujer.
Con un manejo sensible de los efectos sonoros y visuales, la película logra contarnos en apenas hora y media una historia emblema de una muchacha latinoamericana abandonada a un destino abyecto. Emparejada con un hombre de mayores recursos y al que su madre le brindó un bonito departamento, la mujer lleva la gestación de su hija como un vía crucis. Observa extraños seres a lo lejos que suelen hacer ruidos con sus coyunturas y articulaciones, cree ella misma estar despedazándose por dentro y en algún momento hasta quema la cuna de la niña.
¿Todas estas pesadillas son tal vez la señal de que no está hecha para ser madre? ¿Son una locura en desarrollo? No lo sabemos y por eso mismo la película inquieta y sorprende. Al mismo tiempo comienza Valeria a visitar a una vieja amiga de adolescencia y hay flashbacks hacia aquellas experiencias juveniles disruptivas y punks, a medio camino entre los bototos militares, la cadena en el pantalón y tocatas en subterráneos mal iluminados. Es su yo del pasado, uno que su amiga nunca pareció abandonar y que ella escondió bajo la alfombra para ascender a la aburrida y segura comodidad burguesa.
Es tanto lo que esta película puede contar de manera tan económica e ingeniosa que inmediatamente queda la sensación de que el listón estará demasiado alto para el próximo filme de Michelle Garza Cervera. Es lo mismo que se sentía tras ver Aftersun (2022), otro magnífico debut, en ese caso de la escocesa Charlotte Wells.
Ambas son historias de derroteros dramáticos, con autobiografía de por medio y con la secreta esperanza de que tal vez puede haber una segunda oportunidad en la vida.
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