Columna de Sebastián Edwards: El Che Guevara y Chile a 57 años de su muerte
El pasado 9 de octubre se cumplieron 57 años del asesinato del comandante Ernesto “Che” Guevara en el poblado de La Higuera en Bolivia. La efeméride pasó prácticamente desapercibida en Chile, a pesar de que el guerrillero tuvo una influencia fundamental en los desarrollos de la política nacional desde 1959 hasta bien pasada su muerte. Su pensamiento y su ejemplo impactaron tanto a jóvenes como a veteranos de la izquierda autóctona, incluyendo a Salvador Allende, Carlos Altamirano y Miguel Enríquez. Con la distancia que da el paso de los años y las décadas, es posible aseverar que esa influencia fue sumamente negativa.
El pensamiento de Allende sufrió cambios rápidos y profundos a principios de la década de los sesenta del siglo pasado. Estos cambios se reflejaron en el programa del Frente de Acción Popular (FRAP) de 1964, que fue mucho más radical que el de 1958. En el centro de esta metamorfosis estaba la gesta de Fidel Castro y del Che, a quienes Allende había conocido en febrero de 1959 en La Habana. El expresidente, como la mayor parte de la izquierda latinoamericana, fue cautivado por los comandantes verde olivo. En una famosa entrevista de enero 1971, Allende le dice al filósofo francés Régis Debray que se había fascinado con los ojos del Che, por la fuerza interior que transmitían, por el hecho de que mostraban ternura y soledad. Dijo: “pocas veces, o quizás nunca, ha habido un hombre [en la vida de América Latina] que haya demostrado más consecuencia con sus ideas, más generosidad, más desprendimiento”.
En febrero de 1968, y a instancias de su hija Beatriz, el senador Allende escoltó a territorio francés (Tahití) a los tres miembros sobrevivientes de la guerrilla de Che Guevara, quienes durante semanas habían eludido a los soldados bolivianos y, finalmente, cruzado la frontera hacia Chile. Por esto, fue duramente criticado por el presidente Eduardo Frei y por las fuerzas conservadoras. Se le acusó de una contradicción política: ¿Cómo podía un parlamentario en funciones –presidente del senado, nada menos–, que promovía la política electoral en Chile, alentar la lucha armada en otras naciones y defender a “terroristas”? La respuesta de Allende fue simple: los países eran diferentes y el marxismo no era una doctrina rígida. Argumentó que en la mayoría de los lugares la única estrategia válida era la insurrección, pero en otros países (como Chile, por supuesto) el camino era la urna electoral.
En su larga entrevista con Gabriel Salazar, Carlos Altamirano dijo que en la década del cincuenta Allende era un socialdemócrata, al igual que Víctor Raúl Haya de la Torre, en Perú, y Rómulo Betancourt, en Venezuela. Sin embargo, en los tempranos sesenta, se convirtió en un “revolucionario, verdaderamente comprometido con un objetivo que, desde el principio, estuvo asociado con un desenlace trágico... La determinación con la que tomó ese camino heroico no lo llevó a la ‘victoria final’…” Este cambio fue, en gran parte, gatillado por la experiencia cubana y el ejemplo del Che.
La entrevista de Allende con Debray –la que se puede ver en internet– es reveladora. Diecisiete minutos después de comenzar la conversación, Allende mira al francés, hace una pausa de unos segundos, toma un libro delgado de la mesa de centro y lo abre. Es La guerra de guerrillas del Che Guevara. Allende se lo muestra al periodista y dice: “Este libro estaba en el escritorio de Che [cuando lo conocí]... Me lo regaló y escribió esto: ‘A Salvador Allende, que por otros medios intenta lograr los mismos resultados [que nosotros]’”. Hace una pausa, y luego dice que Guevara, el más puro de los revolucionarios, entendió que compartían un objetivo común, el de construir una sociedad socialista donde los individuos vivirían bajo principios distintos a los del capitalismo y se adoptaría un nuevo sistema de valores que resaltara el carácter social de la condición humana. Las diferencias entre la revolución cubana y la chilena eran “tácticas”, indica. Cuba y Chile han elegido caminos diferentes para llegar al mismo destino.
Durante toda la conversación, Allende habla con admiración sobre Cuba y Fidel Castro. Está de acuerdo con Debray en que la revolución cubana jugó un papel clave en su “ruptura” con el pensamiento socialdemócrata. Conocer a Che Guevara fue impresionante; desde el primer minuto admiró “su calidad intelectual, su sensibilidad humana, su visión continental y su comprensión realista de la lucha de los pueblos”
Pero el Che no solo tuvo un impacto sobre el doctor Allende. Más importante, quizás, fue su influencia sobre los militantes jóvenes que, a partir de mediados de los sesenta, se convencieron de que el socialismo en Chile solo se podría construir por medio de un conflicto armado. Fueron estos jóvenes los que presionar a Allende sin cesar durante los mil días de la Unidad Popular. Los que lo criticaron por socialdemócrata y amarillo, los que se tomaron fábricas, terrenos, campos pequeños y propugnaron el “poder popular” desde los cordones industriales. Fueron los jóvenes guevaristas, en conjunción con algunos cuadros veteranos como Adonis Sepúlveda, los que le hicieron la vida imposible a Allende y le impidieron negociar con la oposición liderada por Eduardo Frei y Patricio Aylwin para encontrarle una salida institucional y pacífica al conflicto nacional.
En el desenlace cruento de la Unidad Popular hubo una importante cuota de responsabilidad del guevarismo y los guevaristas y, por tanto, del comandante abatido hace ya tanto años en ese villorrio boliviano.
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