Columna de Sebastián Sichel: El riesgo de correr solos y llegar segundos

Jose Antonio Kast
Foto: Juan Farías


El gobierno de Gabriel Boric ha demostrado especial incapacidad en lo que debería ser la esencia de administrar el poder: llevar adelante sus reformas, controlar la corrupción y sostener la economía y el orden público. Entre indultos, fundaciones y la obsesión de negociar sin entender que no tienen mayorías, ha quedado atrapado en un gobierno de mera -y mediocre- administración. Y, en sus últimas designaciones, fagocitado por la Nueva Mayoría. Esto debería ser una oportunidad para la oposición.

La porfiada historia de Chile -y de Latinoamérica- nos demuestra que gobiernos mal evaluados y con mala gestión derivan en un cambio de signo. Pero eso no es tan obvio. El plebiscito constitucional logró que el Partido Republicano transformara un éxito electoral sin precedentes (el partido más exitoso en el siglo XXI) en una derrota increíble en menos de seis meses. Y llevó a la derecha a lo que parece ser su karma: el 44% de Pinochet. Lo hizo, además, teniendo un texto que incluía pretensiones transversales y una base de amplios consensos en el Comité de Expertos. Incluso, Chile Vamos le puso el hombro a la campaña a pesar de la tozudez del mundo republicano que incorporó 300 enmiendas de su propia agenda y varios, como advirtió Matthei, apostaron su capital político. Sin embargo, Silva y Kast siguieron tratando de personalizar la elección y de paso marcar la Constitución –es una “Constitución de derecha”, “que se jodan”, etc.–. Y, por las mismas causas que en 2021, se logró lo imposible: hacer revivir al gobierno de Boric.

El argumento fatuo de cierta derecha de creer que se ganó perdiendo, es un error. Si había cansancio electoral, la amplia mayoría en el Consejo le permitía a la derecha llegar a un acuerdo para cerrar este ciclo para siempre. Eso no solo habría permitido hacer de la Constitución una casa común sino, con el eje en la centroderecha, lograr una mayoría que brindara un nuevo ciclo de progreso a Chile. Es lo que entendió Aylwin al decir “civiles y militares” en el Estadio Nacional, el liderazgo una vez ganado se usa para unir, no para radicalizar. Pero los líderes republicanos de este proceso no pudieron con su naturaleza de escorpión, y al igual que en la fábula prefirieron envenenarlo. Volvieron a refugiarse en su tercio.

Nunca la derecha va a ser mayoría repitiendo el patrón de barra brava argentino, italiano o español: los votos identitarios de la derecha en Chile no dan para ganar una elección. La cruzada por ganarle la batalla cultural a la izquierda, la convierte en lo que dicen odiar: cúmulos de causas minoritarias (antiglobalización, antifeminismo, anticambioclimático, defensores de deportes tradicionales, objetores de conciencia, etc.) y espacio para la fragmentación (Kast vs. Edwards vs. la familia Kaiser). La gran pregunta es: ¿lograrán ganar la batalla cultural? Es obvio que no. Al contrario, hasta ahora han llevado a la derecha a los mismos porcentajes que en los 80.

La derecha fue exitosa cuando entendió que su camino era avanzar hacia representar sectores medios y nuevas generaciones. Y defender la democracia entendiendo que la idea del mercado ya había ganado en las grandes masas que querían emprender. Ahora en un movimiento de regresión, debilita su credibilidad democrática a la vez que ataca los cambios culturales de las grandes clases medias. La izquierda ha puesto la conversación en sus términos: modernidad-pasado, miedos-esperanza. Y la derecha republicana ha pisado el palito para controlar la derecha defendiendo ese relato (pasado-miedos).

John Gray, en su libro Misa negra, habla de una especie de marxismo invertido, cuando la derecha se transforma en la contracara de la izquierda. En Chile, la derecha no tradicional ha basado su éxito en sumarse gustoso a la hoguera identitaria de la izquierda. Rinde tributo a la idea marxista: la política como instrumento al servicio del reconocimiento identitario. El fuego identitario les permite a republicanos controlar la derecha, y a la izquierda, ganar el gobierno. Negocio redondo para ambos, una tragedia para Chile.

Desde el retorno a la democracia, la centroderecha ha sido solamente exitosa electoralmente, cuando salió a hablarles a quienes les son esquivos: los que necesitan del Estado por sus niveles de vulnerabilidad, los que ansían vivir su identidad con libertad, los que saben que solo con el mérito no alcanza para salir adelante, etc. Los que quieren orden y seguridad, menos impuestos y un Estado eficiente, ya votan hace muchos años por la derecha. El problema es lo que le pasa al resto de los chilenos.

Chile Vamos debe salir del laberinto ideológico para entender y valorar su propia historia: representar la buena tradición de la derecha (defensa del orden y la propiedad) sin miedo ni tibieza, pero con el mismo énfasis hacerse cargo de las nuevas demandas de ciudadanos libres e informados. Si lo hace, podrá construir un ciclo de progreso para Chile. No es Republicanos a quienes debe mirar, es a los chilenos que no están votando por la centroderecha. En ellos está el futuro. O si no corre el riesgo de correr sola -otra vez- y llegar segunda.

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