Columna de Tomás Jordán: Convención Constitucional y la necesidad de entrar en una etapa de apertura
La Convención debe evitar entrar en una especie de introversión propia de los órganos colegiados, como por ejemplo, pasa con el Congreso que, con base a la legitimidad que confieren los votos, los representantes entienden que no necesitan del mundo exterior para justificar sus opciones y votaciones, siendo parte de un proceso de elitización donde se mira con recelo todo aquello que no tiene justificación electoral.
La encuesta realizada por ReConstitución a 990 personas sobre el proceso constituyente muestra datos interesantes. El 66% de las personas se siente optimista respecto del proceso versus el 34% que se declara pesimista. A un 64% le genera alegría y a un 33% miedo. Un 79% se pronuncia a favor de buscar los acuerdos los más amplios posibles en que las minorías se sientan representadas; donde un 39% prefiero que no haya una mayoría estable sino por temas, un 37% a favor de mayorías moderadas y un 23% se inclina por mayorías radicales.
Las dos primeras semanas nos ha mostrado cuestiones muy en la línea de la encuesta. La instalación y el inicio del proceso es visto con optimismo pero, al mismo tiempo, lo ocurrido aún no revela del todo la forma en que esa esperanza se desarrollará, ello, básicamente, por cuanto la Convención inició su trabajo hacia dentro, no hacia la ciudadanía. La primera semana de instalación y la votación sobre la declaración sobre los presos de la revuelta fue un dispositivo de descompresión de las tensiones internas, donde incluso convencionales justificaron el proceso constituyente con base a tales hechos. En la segunda semana la Convención inició su dinámica interna, instituyendo las comisiones básicas y distribuyendo poder en las distintas comisiones de acuerdo a sus grupos internos, cuestión que empieza a generar roces. Ahora bien, este último punto es importante, pues la Convención se asumió desde el inicio como un órgano político representativo y no como una extensión del pueblo.
Lo anterior es revelador de sus fortalezas pero al mismo tiempo de sus desafíos. La Convención debe evitar entrar en una especie de introversión propia de los órganos colegiados, como por ejemplo, pasa con el Congreso que, con base a la legitimidad que confieren los votos, los representantes entienden que no necesitan del mundo exterior para justificar sus opciones y votaciones, siendo parte de un proceso de elitización donde se mira con recelo todo aquello que no tiene justificación electoral.
La Convención es parte de los órganos de representación y la crisis de confianza en las instituciones puede afectar su desempeño. La pregunta es por qué debería ser diferente. A ello se debemos sumar la necesidad de despersonalizar el poder de la misma. En este sentido, se requiere iniciar un proceso de apertura a la ciudadanía. La Convención debe constitucionalizar su trabajo y convocar al dialogo con la ciudadanía interesada. Esto requiere dos cuestiones, mostrar que el objeto de la Convención (elaborar una nueva Constitución) es el eje principal de su accionar y que las personas pueden expresar sus opiniones y ser escuchadas, por medio de procesos participativos.
La constituyente debe iniciar este camino en las próximas semanas y, junto con la participación, se necesita mostrar que la Convención está en aquellos asuntos constitucionales que para la personas son relevantes. Es importante el equilibrio entre lo operativo burocrático, lo político y lo ciudadano. Es clave ordenar el funcionamiento y los equilibrios internos, pero no se debe descuidar la fuente del origen del poder que detentan. Hay una vieja distinción entre mayoría electoral, política y social. El problema y la crisis de la representación es que se ha quedado sólo con la primera, reconfigurando la segunda y lejos de la tercera. Sobre esto último, se debe asumir que trabajar mucho en algo no es lo mismo que sea legitimo (apoyada), ni tampoco creer que sólo el carisma es suficiente. La confluencia permanente entre representación y ciudadanía debe ser un objetivo permanente. Es la nueva fórmula de la política. Al final del día las personas viven esperanzadas en un mejor país, en vivir mejor y ser consideradas en ello.