¿Cómo afrontar nuestras emociones ante un mundo en crisis?

Foto genérica.


El domingo 15 de marzo mi amanecer fue distinto: ya conocida la declaración del Covid-19 como pandemia y que países vecinos estaban iniciando cuarentenas obligatorias, comencé a diseñar una vida familiar y laboral responsable dentro de casa: decidí que mis tres hijas no irían al colegio para apoyar la disminución de la curva de enfermos en nuestro país, decidí que no viajaría a Lima en donde tenía previstas dos conferencias y varias reuniones importantes para mi empresa, su cronograma anual, nuestros alumnos y clientes… y en el medio de todas esas acciones y coordinaciones comencé a percibir mis emociones, mi cuerpo, y bastante rápido me di cuenta de que necesitaba enfrentarlas y gestionarlas, por mi bienestar, el de mis colaboradores y de mis seres queridos.

Usualmente al evaluar cómo estamos afrontando una crisis dejamos fuera el balance de nuestras emociones, cuando lo cierto es que ellas son centrales, pues son la fuerza interior que nos mueve y predisponen a actuar de manera centrada o caótica, facilitando o impidiendo pensar con mayor claridad, tomar buenas decisiones, prever escenarios adversos o positivos. Por tanto, solamente una vez que descubro cómo se llama esa emoción que estoy experimentando puedo gestionarla: observarla, escuchar los pensamientos e ideas que la acompañan y hacer algo con ella para que no se apodere de mí o impida mi efectivo actuar.

Reconocer, por ejemplo, que sentimos miedo, nos abre la posibilidad de detectar si está en exceso, por lo tanto noto sensaciones como la angustia, el pánico, la desesperación o la cobardía; mundos emocionales que predisponen a tomar decisiones teñidas de paranoia o de parálisis pues el daño es inminente, la amenaza está frente a mí”: esta falsa percepción no le da tiempo a la corteza cerebral para pensar y sólo reacciona ante el peligro en magnitudes mayores a lo que en el minuto está sucediendo o pudiera suceder.

En cambio, si observo con detención mi miedo, lo reconozco y le doy espacio a mis diálogos internos y pensamientos para aparecer, puedo transformarlo en cautela, que me protege de riesgos y pérdidas futuras pues “la amenaza existe, es una posibilidad, pero puedo resguardarme de ella”, encontrando escenarios y decisiones más prudentes que me cuiden y resguarden sin la desesperación del pánico. Tanto se ha creído que tener miedo es malo, sin embargo, aquellos que carecen de él en su equilibrio, hoy no ven las posibilidades de peligro real, actuando movidos por la emoción temeraria, que los ponen y nos pone en riesgo sin ver el valor de proteger aquello que nos importa; ya sea nuestra vida, nuestra salud, nuestra gente querida y a nosotros mismos.

Esta y otras emociones que sentimos ante la crisis que estamos atravesando, necesitan de nuestra autogestión: la rabia, la incertidumbre, la tristeza, la gratitud, la esperanza, la compasión… ellas no son ni buenas ni malas, son necesarias, porque siempre se hacen cargo de algo importante en nuestras vidas; así como el miedo en equilibrio protege y cautela, la rabia en equilibrio defiende dignamente aquello que nos parece justo, la tristeza en equilibrio nos permite reflexionar y valorar aquello que hemos perdido y así aprender para no seguir perdiéndolo.

Gestionar sólo nuestro intelecto no nos permitirá el aprendizaje requerido para atravesar esta crisis, ya es hora de integrar nuestra inteligencia emocional, corporal y energética para afrontar este desafío global.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.