Con el agua al cuello

Convencion

Ilusión. Ese es probablemente el estado de ánimo más reconocible en amplios sectores que han venido acompañando el trabajo de la Convención Constituyente desde diversos ámbitos. No es para menos. Para interesados en innovaciones políticas Chile supone, una vez más en su historia, un laboratorio de excepción. Mientras no sabemos hasta qué punto el vandalismo que rodeó el segundo aniversario del 18-O puede haber hecho mella en ella, sí habría claridad en una cosa: quienes están detrás de los incendios y saqueos no parecen dispuestos a renunciar a un recurso en cuyo uso se solazan mientras el órgano constituyente delibera.

Lo anterior invita a reflexionar nuevamente sobre el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución de 2019 y las que fueron sus premisas. Significó una apuesta por la política, concordando un itinerario constitucional que, se suponía, domesticaría la violencia desatada con el estallido. La paradoja es que, al no lograr mantener dicha expresión del conflicto dentro de cauces más o menos razonables la política no contribuye ni siquiera con su fin mínimo: la paz interna (Bobbio dixit). El dilema ha estallado en plena campaña al punto que tiene al diputado Miguel Crispi (FA) reclamando improvisadamente para la atención de la izquierda un tema más bien lejano a su órbita: “el derecho de la gente a vivir tranquila”.

Mientras, las fichas permanecen colocadas en un proceso constituyente parcialmente contagiado, hasta ahora, por algunas de esas miserias de la política que hasta él nos condujeron. Ahí están la petición de indultos a los presos de la revuelta, el intento de redefinición de las reglas del juego, la polémica sobre el negacionismo y la apelación a los plebiscitos dirimentes. Capítulo aparte merece el caso Rojas Vade.

Concluida su primera etapa de trabajo, suscita una desconfianza del 54%. Reducirla dependerá, no solo del tratamiento de temas de fondo, como el régimen político o el rol del Estado en la economía, sino también de cambios de énfasis: menos gestos simbólicos y más altura de miras.

Despejado (¿por cuánto tiempo?) el humo que dejan las barricadas, Chile se asemeja a una ciudad en la que el alcantarillado no logra drenar la lluvia. Se trata de “un agua que sube y te ahoga” como expresó Pier Paolo Pasolini. Pareciera que el cineasta italiano hubiera presentido esa anomia que se va enquistando en vastas zonas del gran Santiago como barbarie que se retroalimenta. En su última entrevista antes de ser asesinado transmite ese sentido de urgencia al que poco ayuda el debate sobre los efectos parteros de la violencia octubrista: “Si hemos llegado a este punto yo digo: no perdamos todo el tiempo en poner una etiqueta aquí y otra allá. Veamos cómo se desatasca esta maldita bañera, antes de que nos ahoguemos todos”.

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