Crisis política en Reino Unido
La renuncia de Liz Truss fue el desenlace inevitable de un gobierno marcado por serias falencias de gestión política, pero también una evidencia más de la creciente inestabilidad política que afecta a Gran Bretaña.
Desde que en 2012 el Partido Conservador volvió al poder en Reino Unido de la mano de David Cameron, poniendo fin a quince años de gobiernos laboristas, cuatro primeros ministros han pasado por Downing Street, y si los plazos se cumplen, un quinto se sumará a la lista antes de fin de mes. La renuncia de Liz Truss el jueves pasado, tras apenas 44 días en el cargo, vino así a ahondar la profunda crisis política que atraviesa no solo Reino Unido, sino especialmente el Partido Conservador. Un escenario que llevó a The Economist a acuñar el término “Britaly”, en referencia a esa inestabilidad crónica de la península itálica que parece haber contaminado a Gran Bretaña. La confianza de los británicos en su gobierno, como recuerda la publicación, bajó de un 50% en 2010 a menos del 40%, casi igualando los históricos niveles de desconfianza que existen en Italia.
Es cierto que las razones que llevaron a la dimitida primera ministra a batir todos los récords y convertirse en la jefa de gobierno más breve de la historia de ese país, se encuentran en gran parte en sus propios errores. Tras asumir, impulsó lo que la prensa británica denominó un “mini-presupuesto”, anunciando severos recortes de impuestos para reactivar una economía estancada y, paralelamente, un aumento de gastos para contener el alza de los costos de la energía, derivado de la crisis ucraniana. Todo sin cuidar los necesarios equilibrios fiscales ni compensar adecuadamente la caída de los ingresos fiscales por efecto de la baja impositiva, lo que generó una reacción negativa de los mercados y llevó a la libra a su menor nivel histórico, desplomando la confianza en la gestión de Truss.
Además, su decisión de marginar de su gobierno a los sectores del partido que no la habían apoyado, terminó profundizando las tensiones internas de una colectividad cuyas divisiones se han agudizado en los últimos años de la mano del Brexit. La renuncia de Liz Truss se convirtió así en un desenlace inevitable ante una severa crisis de gestión política que abre un nuevo periodo de inestabilidad en el país, con los consecuentes efectos en un ya complejo panorama económico, con tasas de inflación históricas y una recesión en ciernes. Por ello, el o la sucesora de la dimitida primera ministra deberá antes que todo recuperar la confianza de los mercados, trabajar por la unidad del partido y contener las crecientes presiones de la oposición laborista por elecciones anticipadas.
Pero al margen de los factores internos ya citados -que se han ido agravando desde el inicio del proceso de salida de Reino Unido de la Unión Europea-, la crisis política británica no puede analizarse al margen de un fenómeno global. Los gobiernos deben hoy convivir con una sociedad más exigente y menos paciente, que cambia con extremada rapidez sus preferencias políticas, y con sistemas políticos cada vez más fragmentados y polarizados. Hace solo tres años, el Partido Conservador logró, de la mano de Boris Johnson, su mayor triunfo electoral desde los tiempos de Margaret Thatcher. Sin embargo, hoy registran niveles de apoyo históricamente bajos y el Partido Laborista -que hace apenas tres años estaba por los suelos- más que duplica el respaldo de los tories. Aprender a convivir con esa volatilidad y con una ciudadanía veleidosa será clave para el éxito del futuro inquilino de Downing Street.
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