Cuando la reputación pasa la cuenta
Durante décadas se venía advirtiendo a las propias AFP, a los sectores políticos y a los gobiernos de distinto signo, sobre la necesidad de introducir cambios profundos y reales al sistema, de modo de dotarlo de legitimidad social, confianza, reputación y, sobre todo, viabilidad económica y social.
Días antes de que se concretara la aprobación del proyecto sobre retiro del 10% de los ahorros previsionales de las AFP, la encuesta semanal Cadem dio a conocer las razones que la población tenía para apoyar esta iniciativa. La primera mención espontánea fue la “Desconfianza en las AFP”.
Finalmente, la iniciativa fue aprobada con amplísima mayoría. Quienes hemos trabajado desde distintas responsabilidades en el tema de las pensiones, concordamos en que nunca fue una buena idea y que, si bien se entiende la motivación detrás de la iniciativa, el problema de fondo sigue siendo el de las malas pensiones y los problemas estructurales que el sistema no ha resuelto.
Pero no perdamos el punto. Cada evaluación y cada encuesta que se hace sobre la confianza y reputación de la industria de las AFP arroja malos resultados. La ciudadanía no confía en ellas, pese a que cumplen con la ley y rentabilizan eficientemente los dineros depositados para su custodia. Todo apunta a que no están conectadas con sus cotizantes.
Y es ahora cuando nos damos cuenta de las consecuencias que la mala reputación y la falta de legitimidad puede acarrear para una industria en particular. Las definiciones más modernas sobre cómo se entiende la reputación corporativa son muy claras en entender que ésta no es una mera percepción que “está allá afuera”, sino que es el resultado directo de las conductas internas y comportamientos corporativos que se instalan en la gente. De ahí la necesidad de sintonía.
Durante décadas se venía advirtiendo a las propias AFP, a los sectores políticos y a los gobiernos de distinto signo, sobre la necesidad de introducir cambios profundos y reales al sistema, de modo de dotarlo de legitimidad social, confianza, reputación y, sobre todo, viabilidad económica y social. Todo parece indicar que nunca se entendió la verdadera relevancia de esa demanda y al final, el resultado es la aprobación de un muy mal proyecto para las pensiones.
Es cierto que el modelo -tal como fue diseñado- deja poco margen de maniobra para un mejoramiento estructural de las pensiones; sin embargo, existe un amplio abanico de buenas prácticas en materia social, medioambiental y de gobierno corporativo que las AFP podrían implementar para mejorar esa percepción reputacional. Aún hay tiempo para implementar esas medidas y aún hay espacio para mostrar esa conexión y sintonía con lo que espera el cotizante.
Para lo demás, guardo la esperanza de que no se abandone el real debate: el de una reforma profunda y seria al sistema de pensiones que tenga en cuenta no solo las variables clásicas -como la densidad de cotizaciones o la edad de jubilación- sino que tome experiencias dramáticas como la que hemos vivido este 2020.
-La autora es experta en compliance, prevención de delitos y anticorrupción.