Cultura cívica: La verdadera legitimación del bien común
Puede simplemente definirse como fortalecer espacios de convivencia social entre las personas, que se cultiva principalmente a través de la (i) educación, (ii) legalidad y (iii) política, pero en el caso de Chile, este pilar fue perdiendo prioridad.
Para nadie puede parecer aceptable que hechos de violencia por parte de turbas terminen destruyendo infraestructura privada y pública, atentando contra los derechos fundamentales que necesitamos cautelar. Resulta que, desde hace algún tiempo, motivados por lo que un grupo de personas considera como “injusto”, se utiliza la violencia como medio para lograr un objetivo, poniendo en riesgo la vida de las personas e infraestructura pública que está al servicio de todos.
Si bien los hechos de violencia ocurridos en Panguipulli, los ataques en La Araucanía, las paralizaciones en negociaciones colectivas que afectan a terceros y la mantención de los desórdenes en Plaza Italia son condenables desde todo punto de vista y no dan para más, la clase política y el medio en general dan señales de acostumbramiento, sin que haya una condena política transversal y profunda a la interrupción de nuestra sana convivencia en sociedad. En pocas palabras, ¿por qué este tipo de reacciones sigue ocurriendo en formas y territorios distintos? ¿Habrá algo distinto que, bien trabajado, pueda cambiar transversalmente esta dinámica? ¿Qué rol juega la cultura cívica en esto?
La cultura cívica puede simplemente definirse como fortalecer espacios de convivencia social entre las personas, que se cultiva principalmente a través de la (i) educación, (ii) legalidad y (iii) política, pero en el caso de Chile, este pilar fue perdiendo prioridad hasta quedar prácticamente ausente en las tres dimensiones que la sustentan. La cultura cívica se aprende en la casa, en el colegio, con la admiración de los extranjeros o con el discurso político que nos une en pos del bien común. Resulta inexplicable que por medio de la violencia se destruya un patrimonio que está al servicio de todos los chilenos y que más allá de eso, este hecho sea o ignorado o ensalzado como un motivo que permita legitimar otros objetivos. Independiente de los avances en materia de legislación y orden que merecen la mayor prioridad en este momento, necesitamos reflexionar sobre cómo priorizar la cultura cívica como un verdadero y efectivo pilar al servicio del desarrollo de nuestro país.
En un año crucial para la evolución de Chile en un ciclo que puede prolongarse por los próximos 30 o 50 años, necesitamos resguardar a las instituciones e infraestructura que van a poder activar las transformaciones al servicio de las personas. En esa misma línea, al mismo tiempo que se avanza en la construcción de una nueva Constitución y pacto social, la priorización de iniciativas en materia de cultura cívica en educación, política y normativa va a permitir que finalmente el bien común sea el verdadero ingrediente que logre legitimar el ciclo que en Chile necesitamos construir.
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