Desafíos por suspensión de clases presenciales
Uno de los sectores que desde el inicio de la crisis por el coronavirus se ha visto afectado es la educación. La justificada decisión de suspender las clases presenciales, tanto a nivel escolar como parvulario y de educación superior, ha dejado a la luz lo importante que es el funcionamiento regular de los establecimientos educacionales y el gran desafío que significa avanzar hacia mecanismos que permitan asegurar la continuidad de las clases aun en situaciones de crisis.
El Ministerio de Educación ha puesto oportunamente a disposición de las familias y escuelas una serie de herramientas, desde un portal online hasta material impreso para quienes no tienen conexión a internet. De igual forma, las instituciones de educación superior han recurrido masivamente a las clases online, que hasta la fecha no eran habituales en cursos de pregrado.
Lo señalado exige adaptar no solo los contenidos, sino especialmente los métodos de enseñanza, especialmente para los más pequeños, de manera de asegurar una adecuada regularidad y disciplina. Sumado a eso, surge el problema de cómo compatibilizar en un mismo hogar -donde los recursos son limitados- la continuidad de los estudios de cada uno de sus miembros. Es un hecho que las condiciones de las que dispone cada familia son muy desiguales, por lo que, a pesar de los esfuerzos, es inevitable que se vea afectada la calidad y la continuidad del proceso de aprendizaje.
Según indicó el Ministro de Educación, Raúl Figueroa, en una de sus primeras entrevistas tras asumir en el cargo, el año pasado la educación pública perdió casi dos meses de clases como consecuencia del paro de profesores y del estallido que se inició en octubre. De esta forma, si consideramos que estos hechos han sido recurrentes desde antes de 2019, podríamos estimar que las pérdidas de clases equivalen a cerca de uno de los últimos cinco años. Es sorprendente, pero lo cierto es que hasta hace poco parecía haber poca conciencia de la gravedad del asunto -fuera de autoridades y especialistas- y, en cambio, los chilenos parecíamos habernos acostumbrado a ello.
Hoy, en cambio, dado que la situación es inevitable y generalizada, las familias parecen haberlo sopesado. La experiencia de estas semanas permite constatar cómo la asistencia a clases es el principal mecanismo a través del cual se aseguran las oportunidades educativas mínimas a niños y jóvenes, y, especialmente, cómo la escuela es -con todos sus defectos- un espacio de igualdad que ofrece a todos las mismas condiciones para el aprendizaje, algo que es imposible de lograr en cada hogar. Asimismo, ha quedado en evidencia cómo los establecimientos educativos se han constituido como puntos clave para la entrega de otros servicios como la alimentación -que también ha debido ser reorganizada para asegurar su continuidad-.
Es de esperar que, superada la emergencia, nuestro país internalice estos aprendizajes y reaccione; que deje de tolerar los paros que impiden el normal desarrollo de las clases y que se una en un compromiso transversal de que el tiempo perdido debe recuperarse.
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