Deslucida cumbre de la Celac
Es preocupante que este foro, a pesar de declarar su apego y defensa a la democracia, una vez más fuera incapaz de denunciar las derivas autoritarias en que han caído diversos gobiernos de la región.
La VII Cumbre de jefas y jefes de Estado y de gobierno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), celebrada la semana pasada en Buenos Aires, ha dejado una vez más sin respuesta los grandes desafíos que enfrenta la región, quedándose solo en declaraciones genéricas. Ello pone en serio entredicho su capacidad de ser un foro intergubernamental con capacidad efectiva de integración y diálogo regional, que es su razón de ser.
Es un hecho que la región se encuentra atravesando por una serie de complejas dificultades, como la proliferación del crimen organizado, la fuerte prevalencia de la pobreza -un tercio de la población regional vive en esta condición- y la inmigración descontrolada. Los compromisos adoptados en estas áreas en general siguen siendo muy genéricos, lo que habla de una inexplicable falta de visión de los líderes latinoamericanos.
Pero probablemente la mayor amenaza que se advierte es la fragilidad de los procesos democráticos, esto no solo por la creciente desafección de la población con esta forma de gobierno, sino por la preocupante proliferación de gobiernos de signo autoritario, donde la persecución de adversarios políticos, la manipulación de los procesos electorales, la cooptación de instituciones y las amenazas a la libertad de expresión se están tornando en algo cada vez más frecuente. Venezuela, Cuba y Nicaragua -tres dictaduras que hoy se enquistan en la región- son ejemplos paradigmáticos de ello, a lo que se suma la reciente asonada de sectores bolsonaristas en Brasil, las derivas autoritarias en El Salvador, el intento de autogolpe por parte de Pedro Castillo, en Perú -que terminó en su destitución-, o el hostigamiento del gobierno boliviano hacia representantes de la oposición.
En la declaración emitida por los representantes de los 33 países que integran la Celac, se hace presente que “la democracia es una conquista de la región que no admite interrupciones (…) ni retrocesos, y reiteramos en ese sentido nuestro más firme compromiso con la preservación de los valores democráticos y con la vigencia plena e irrestricta de las instituciones y del Estado de Derecho en la región (…), la celebración de elecciones libres, periódicas, transparentes, informadas”. Tales compromisos aparecen vacíos cuando la cumbre no tuvo reparos en admitir a figuras como Nicolás Maduro y Daniel Ortega -quienes finalmente declinaron concurrir y enviaron a sus representantes-, y se evitó cualquier expresión de condena hacia dichos regímenes en la declaración de Buenos Aires; en cambio, varios de los mandatarios expresaron su solidaridad hacia el derrocado expresidente Castillo, o centraron su preocupación por terminar con el bloqueo a Cuba o Venezuela.
En ese sentido, fue valioso que el Presidente Gabriel Boric fuera una de las escasas voces que hiciera presente las violaciones a los derechos humanos en la región, y la necesidad de condenarlas independientemente del signo político, si bien cometió un error en la forma como abordó la crisis por la que vive Perú, tema que fue analizado ayer en estas páginas. Sin duda deja un amargo sabor el comprobar que las afinidades ideológicas de diversos líderes regionales siguen generando un cuadro de doble estándar que al final solo logra naturalizar estas derivas autoritarias, una incoherencia que también hizo ver el presidente de Uruguay.
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