El crudo diagnóstico empresarial acerca de la situación del país

Gonzalo Bofill, líder de la familia que controla Carozzi S.A., que a su vez es dueña de Empresas Carozzi.

En sus cartas anuales a los accionistas, los presidentes de las principales empresas del país advierten sobre el pobre estado de la economía. La autoridad, más que molestarse, debería tratar de asumir el diagnóstico que hay de fondo.



En la mayor parte de los países desarrollados, uno de los momentos más esperados por los distintos actores del mercado es la carta anual que envían los presidentes de las grandes compañías a sus accionistas. Esto por cuanto estas no sólo son oportunidades para conocer el resultado y perspectivas futuras de las empresas en particular, sino también porque es la instancia en que el empresariado hace una reflexión más general sobre el estado de la economía y la política.

En Chile, si bien no existe una larga tradición en esto, este año ha sido particularmente interesante, ya que diversos representantes de las grandes empresas optaron por hacer en sus cartas anuales un análisis de la situación global que está viviendo el país, cuyas conclusiones no son alentadoras. En términos generales, existe un gran pesimismo por la trayectoria y perspectivas económicas, al tiempo que identifican una serie de amenazas sociales y políticas.

Respecto de la economía existe una alta preocupación por la falta de dinamismo que muestra el país. El presidente del Banco de Chile y Quiñenco, Pablo Granifo, advierte en su carta que, desde el 2014, el crecimiento del país no supera el promedio mundial ni regional y las perspectivas de los próximos años no son mejores. El presidente de Copec, Roberto Angelini, agrega a ese diagnóstico un problema adicional: la sensación de que hemos normalizado este bajo nivel de crecimiento, dejándolo fuera de las discusiones, con una actitud de apenas querer estar en el promedio, algo que ni siquiera conseguimos.

Luis Felipe Gazitúa, presidente de la CMPC, advierte, por su parte, cómo esta pobre situación económica, unida a múltiples hechos de violencia, han impactado con fuerza al sector forestal, el cual, al contrario de lo que sucede en el resto del mundo, se ha replegado en Chile. Agrega que no es posible esperar nuevas inversiones mientras subsista la quema de bosques, el robo de madera, la usurpación de tierras y la inseguridad en general. Por su parte, el presidente de Carozzi, Gonzalo Bofill, lo resume así: “no nos merecemos el Chile de hoy”.

Se trata, sin duda, de un crudo diagnóstico, el que si bien ha sido manifestado por diversos actores con anterioridad, tiene especial relevancia en este caso por quienes lo comunican. Se trata de los presidentes de las empresas líderes y más importantes de Chile, de las cuales depende en gran medida la inversión, el empleo y por ende el crecimiento del país.

Como era previsible, algunas autoridades manifestaron su disconformidad con este diagnóstico. El Presidente Gabriel Boric, por ejemplo, ha venido criticando en varias ocasiones lo que denomina pronósticos catastrofistas de los empresarios, y esta semana los acusó de “aportillar” el pacto fiscal que propone su gobierno. Si bien este discurso tiene una lógica desde el punto de vista político, lo cierto es que resulta equivocado en el fondo, fundamentalmente por dos razones.

En primer lugar, porque la mayor parte de los empresarios identifica el punto de partida del estancamiento de Chile en el segundo gobierno de la Presidenta Bachelet, producto de sus reformas, como la tributaria. Es decir, se trata de un largo período que escapa a un gobierno en particular, pero que por lo mismo lo hace más grave. Segundo, porque si bien no es rol de los empresarios “aportillar” las políticas públicas, sí lo es advertir sus consecuencias sobre las empresas o el sector que representan.

Otras críticas apuntan a que los empresarios, como sector, tienen sus intereses personales y también sus falencias. Siendo ello efectivo, también lo es que tal predicamento se puede aplicar a todos los grupos de la sociedad, incluyendo o partiendo por los políticos. Si se aplicara esa norma como censura para el debate público, entonces este sería un país muy silencioso, porque nadie tendría derecho a hablar.

Por ello, cualquier análisis serio no descarta voces como las de los empresarios u otros grupos de relevancia en el país, sobre todo cuando en este caso las cifras avalan con claridad el diagnóstico que se está presentando. Por de pronto, esta semana el Fondo Monetario Internacional presentó sus nuevas proyecciones para el crecimiento de los distintos países, corrigiendo hacia el alza el desempeño de la economía mundial en el 2024 y, dentro de ello, el de Chile también, el que sube a 2%. Si bien las proyecciones locales son algo mayores a aquello -se habla de hasta un 3%-, incluso así significa que el país cumpliría su cuarto año creciendo menos que el mundo e incluso menos que América Latina. Algo que llevó al economista Sebastián Edwards a decir que seguiremos siendo “un país del montón”.

Los presidentes de las principales empresas simplemente están consignando la realidad que ellos perciben -dificultades para concretar inversiones, inseguridad, mayor morosidad, entre otras-, y tienen pleno derecho a manifestarlo. No es extraño que esta visión tan descarnada moleste en el gobierno, y el Mandatario crea ver en ello un intento de “aportillar” sus reformas, pero en vez de quedarse solo en criticar estos dichos, la autoridad debería hacer un esfuerzo por asumir el fondo de los cuestionamientos que está haciendo el empresariado, porque es evidente que cuando los países tienen esa cantidad de problemas difícilmente podrán crecer y desarrollarse.

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