El derrumbe del modelo (mental)

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Dado que los políticos sienten, viven y expresan la polarización, creen que es una situación que se materializa en los extramuros de las redes sociales y del Congreso. Inversamente, la subjetividad de los grandes públicos no partisanos concibe que esta polarización es propia de los políticos y del mundo en que viven.



Entre el estallido social y el plebiscito de octubre 2020, a buena parte de la clase política se le derrumbó el modelo. Está por verse en qué medida el derrumbe es el modelo centrado en la hegemonía del mercado y el Estado Subsidiario, pero lo que es evidente es que se les derrumbó parte del modelo mental desde donde miran el mundo. Los modelos mentales son invisibles, inconscientes y asumen que las propias creencias y maneras de entender el mundo son la realidad. Tras los octubres de 2019 y 2020, parte de este prisma debe haber dejado de ser invisible permitiendo a algunos políticos recuperar algo de lucidez y entender cuán desacoplados están de la ciudadanía a la que pretenden representar.

Partamos por la base de la estructura del modelo mental con que operan las élites políticas. Ésta les hace creer que la gran mayoría ciudadana se identifica políticamente con los mismos códigos y clivajes que a ellos les hace sentido: la izquierda, el centro y la derecha; el sí y el no. Considerando que tantas encuestas muestran que prácticamente la mitad de la población es totalmente indiferente a esos códigos, es llamativa la porfía con que insisten una y otra vez con una retórica propia de la guerra fría.

El amplio triunfo del Apruebo y la convención constituyente debió derrumbar buena parte de ese modelo, refregándole en la cara a muchos que el Rechazo no tenía un piso asociado a la votación histórica de la derecha, y que el Apruebo no era un triunfo del centro o de la izquierda. La ciudadanía celebró en avenidas y plazas, muy lejos de los comandos o partidos políticos. Mayoritariamente, en las encuestas y en la calle, se ve el Apruebo como un triunfo ciudadano y no de un sector político en particular.

Una segunda configuración del modelo mental del político es la proyección de sus propias ansias polarizantes hacia la sociedad en su conjunto. Dado que ellos sienten, viven y expresan la polarización, creen que es una situación que se materializa en los extramuros de las redes sociales y del Congreso. Inversamente, la subjetividad de los grandes públicos no partisanos concibe que esta polarización es propia de los políticos y del mundo en que viven. Y que son, los mismos políticos, quienes intentan contaminar a la sociedad con su dialéctica polarizadora.

En una reciente encuesta Criteria, el 85% de las personas señaló creer que lo mejor para Chile es que “todos los sectores políticos del país inicien un proceso de diálogo, se pongan de acuerdo y definan en conjunto la forma en la que se debe administrar el gobierno”. Al mismo tiempo, un 71% expresó que los problemas del país “sólo pueden ser resueltos a través de grandes acuerdos nacionales”; un 76% que se “requieren incorporar visiones de distintos sectores políticos para poder ser resueltos”; y un 82,9% cree que los problemas del país “se van a resolver sólo cuando políticos de distintos sectores sean capaces de trabajar en conjunto”.

Por último, asumo que otro de los pilares mentales que debiese estar aniquilado es el supuesto que la experiencia de la desigualdad depende de un indicador como el Gini. La desigualdad es material, pero es también simbólica y, cuando se transforma en malestar, es ante todo una experiencia subjetiva. Ya antes del 18 de octubre constatábamos que la gran mayoría de la población (73%) sentía que la desigualdad en el país había aumentado en los últimos treinta años. Ello mientras gran parte de la elite política seguía apegada al libreto tecnocrático de la tendencia a la baja en los indicadores de desigualdad, libreto que poco importaba a los agobiados por el costo de la vida y las deudas que los amenazaban cada fin mes.

La distancia entre la experiencia de la ciudadanía y las percepciones de la elite política sostenidas en un modelo mental arrasado por los hechos, explica en parte la perplejidad de políticos y analistas de distintos colores y credos al ver cómo crecen figuras que “se salen de la caja”, que no se codifican en parámetros ideológicos añejos y que se atreven a innovar. Mientras, otros que se empecinan en atrincherarse en domicilios políticos extemporáneos, que se muestran malhumorados ante las demandas por mayor igualdad o que buscan la polarización como eje de valoración, caminan al despeñadero.

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