El gabinete de Irina Karamanos: un incidente político no menor
El episodio revela la poca transparencia con que La Moneda operó en un caso tan cercano al Presidente y pone en serio entredicho la idea del gobierno de relacionarse con el poder de una manera más horizontal.
Si bien el gobierno calificó de un “error administrativo” lo sucedido esta semana en torno a la figura de Irina Karamanos, pareja del Presidente Gabriel Boric, lo cierto es que se trata de una situación delicada, que habla más bien de un esquema donde se pretendió dar un rol que no corresponde a la persona que tradicionalmente ocupa el cargo de Primera Dama, uno que algunos juristas interpretan pudo tener incluso problemas de legalidad.
En primer lugar, hay que señalar que el cambio al rol y nombre a la oficina de la Primera Dama fue realizado en el mes de marzo. En ese momento se estableció que pasaría a denominarse “Gabinete de Irina Karamanos” y se agregaron una serie de funciones en áreas como los derechos humanos, la erradicación de la desigualdad, migración, género y diversidad, muchas de las cuales colisionaban con las de otras reparticiones del Estado. Lo cierto es que el asunto funcionó de esa manera hasta esta semana, donde se filtró el decreto en cuestión, y dada la ola de críticas de todos los sectores, el gobierno lo cambió en menos de 24 horas.
Por ello, no resulta creíble que La Moneda hoy se muestre sorprendida por un decreto firmado hace tres meses, menos cuando se refiere al papel que se le asigna a la pareja del Mandatario. Por el contrario, da la impresión de que si el hecho no se hubiera denunciado en las redes sociales, el gabinete de Irina Karamanos seguiría funcionando.
Para entender la seriedad del asunto, hay que partir por lo formal. La figura de la Primera Dama no es una figura legal. Es más bien protocolar y se le asignó originalmente a la cónyuge del Presidente, aunque lo han ocupado otras personas, como es el caso actual o, anteriormente el hijo de la Presidenta Bachelet, quien fue director del área sociocultural de la Presidencia. Esto, por cuanto ha sido una tradición que el cargo signifique la coordinación de las fundaciones que dependen directamente de La Moneda.
También es un hecho que el caso de Irina Karamanos es especial. Ella dejó en claro durante la campaña presidencial que no sería Primera Dama, dado que el cargo le parecía anacrónico desde su formación como antropóloga y activista feminista. Por ello, advirtió que sería eliminado y reemplazado por una instancia que fuera trasparente, que operara en función de méritos y carreras funcionarias, y no de lazos de sangre o afinidad con el Presidente.
Sin embargo, una vez que Gabriel Boric fue elegido como nuevo Presidente, Karamanos cambió de opinión y anunció que sí asumiría el cargo de Primera Dama, con el compromiso de reformularlo. “Hay que adaptarlo, despersonalizarlo y cambiar la forma entre el poder y las mujeres que hacemos política”.
Pues bien, lo que hizo apenas llegó a La Moneda fue efectivamente modificar el cargo, pero en el camino, contradecir todo lo que había prometido. Primero, porque para terminar con el gabinete de la Primera Dama, en el gobierno no hubo complicación en personalizarlo y llamarlo “gabinete Irina Karamanos”; en su reformulación le dieron atribuciones que no corresponden, y en vez de ser una institución trasparente, como se prometió, todo esto se hizo sin dar explicación alguna.
Pero, lo más significativo, es que lo ejecutado colisiona con el corazón de la idea expresada por Karamanos, en el sentido de que sea una instancia que exista en función de los méritos y no los lazos de sangre o afinidad con el Presidente. Porque junto con intentar expandir las funciones, ella se erigió como una suerte de dueña del cargo -toda vez que el gabinete lleva su nombre-, dejando de lado el hecho de que está en esa posición no por sus méritos, sino por su relación con el Mandatario.
Lo anterior no es menor, porque aunque sea un caso aislado, se trata de uno emblemático. Y porque habla de que la promesa de relacionarse con el poder y la ciudadanía de una manera más horizontal queda en el vacío, considerando que en el corazón mismo de La Moneda se produce justo lo contrario.
Por ello, las explicaciones de que fue un error administrativo son insuficientes. De que el “error” se corrigió rápido, como se ha justificado el gobierno, tampoco parece ajustado a la realidad, tomando en cuenta que duró más de tres meses. Por eso, el que el Presidente haya dicho que esto está “absolutamente superado y corregido” es más un deseo que realidad. En la retina de la ciudadanía quedará como un episodio que contradice en ciertos aspectos el alma que el gobierno pretende tener como relato.
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