El nuevo escenario político para Italia
La llegada al poder de una fuerza conservadora y nacionalista abre una serie de interrogantes, entre ellas, su capacidad para hacer frente a los marcados problemas de gobernabilidad del país y la mantención de los compromisos europeístas.
Hermanos de Italia, encabezando una coalición de derechas con la Liga y Forza Italia, han obtenido un rotundo triunfo en las recientes elecciones generales, con el 44% de los votos, lo que les otorga 240 escaños en la Cámara de Diputados, margen superior al necesario para formar mayoría, ventaja que se repite en el Senado. Cuando se constituya el nuevo Parlamento el 13 de octubre, y el Presidente de la República Sergio Mattarella convoque a formar gobierno, Giorgia Meloni, líder de Hermanos de Italia, el partido más votado con el 26% de los sufragios, debiera convertirse en Presidenta del Consejo de Ministros para ocupar el cargo al que renunció Mario Draghi tras 18 meses de mandato, y transformarse no solo en la primera mujer que ocupe esa posición, sino en llevar por primera vez a un partido de la veta posfascista al gobierno italiano.
El resultado de los comicios -que ya habían anticipado las encuestas- consolida el avance de un partido de corte conservador y nacionalista, que en solo cuatro años da un salto importante desde el 4% obtenido en las elecciones anteriores. Ello da cuenta, por una parte, de la búsqueda de nuevas alternativas por parte de los votantes para enfrentar los problemas que vive el país, una situación de la cual Italia ya fue testigo con el surgimiento del Movimiento 5 Estrellas y su perfil “anticasta” y euroescéptico, con un sonado éxito en las elecciones de hace cuatro años. Por otro lado, la abstención histórica de 36% que se vio en los comicios -fenómeno especialmente evidente entre los votantes más jóvenes y en el sur de la península- refleja la desazón ciudadana por el camino que ha seguido la política y la desconfianza hacia los partidos.
El rumbo por el que han optado los votantes italianos no debiera sorprender, atendido que es un fenómeno que el continente ha visto en los últimos años, comenzando por Austria, luego con Hungría y Polonia, y hace pocas semanas en Suecia.
Los desafíos para Meloni, más allá de las medidas internas específicas planteadas en su programa y de cierta moderación de sus dichos en las últimas semanas, deberían estar en darle gobernabilidad a un país que, aun siendo reconocidamente democrático, su historia de 69 gobiernos desde la Segunda Guerra Mundial y un mayor seguimiento a líderes más que a partidos políticos en los últimos años da cuenta de un factor de inestabilidad del que previsiblemente no estará exento el posible futuro gobierno. De particular complejidad será la forma en que serán procesadas en la coalición las posiciones previas de Meloni respecto a temas relevantes para el país, como son la relación con la Unión Europea y la posición frente al conflicto de Rusia y Ucrania, en que surgen diferencias.
Sin perjuicio de ello, siendo Italia la tercera economía de la Unión Europea y uno de sus países fundadores, son comprensibles las reacciones provocadas ante el triunfo de Meloni, por lo que deberá despejar toda duda respecto de sus compromisos europeístas, un camino ya iniciado con Draghi, aun cuando sus propias necesidades financieras en el contexto pospandemia y el estrecho escenario energético producto de las sanciones a Rusia deberían llevarla a no privilegiar soluciones solitarias.
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