El quiebre de un eje histórico

PAULINA VODANOVIC

La ruptura del eje PS-PPD es un hito que previsiblemente tendrá repercusiones sistémicas en el mapa político.



A pesar de que tanto el Presidente Gabriel Boric como la expresidenta Michelle Bachelet desplegaron intensos esfuerzos para lograr que los principales partidos de izquierda confluyeran en una sola lista de cara a las elecciones de consejeros constitucionales, ello no se logró. Así, el Partido Socialista conformará una lista con el Partido Comunista, el Frente Amplio y el Partido Liberal, mientras que el PPD, el Partido Radical y la DC competirán en otra. El fracaso de las negociaciones tiene desde luego implicancias que van mucho más allá de lo propiamente electoral, pues en la medida que la propia coalición de gobierno se ha dividido, y el eje PS-PPD DC -que fue el anclaje sobre el cual se estructuró la historia política del país durante tres décadas- está fracturado, parece ser el anticipo de cambios mayores en el mapa político.

Aunque para el Presidente de la República no podía ser indiferente el rumbo de las negociaciones que siguiera Apruebo Dignidad (AD) y el Socialismo Democrático (SD), cabe interrogarse hasta dónde fue prudente que el propio Mandatario se involucrara activamente en las dinámicas internas de los partidos cuando ya existían pronunciamientos del PPD y el PR en cuanto a que buscarían competir en listas separadas, en tanto que la idea de ir en una sola lista tampoco despertaba toda la adhesión del PS. Con este paso en falso el Presidente Boric ve resentido su liderazgo al interior de su propia coalición, pero al mismo tiempo se abre una incómoda brecha entre los expresidentes, considerando que el expresidente Ricardo Lagos se jugó por la tesis de listas separadas.

Resulta evidente que el conglomerado de gobierno a su vez sale más debilitado tras este proceso, pues es decidor que esta primera prueba electoral -de varias más que vendrán en el futuro- no haya logrado ser enfrentada en una lista unitaria, amplificando el riesgo de un posible castigo electoral, considerando el bajo nivel de aprobación ciudadana que ya arrastra el gobierno. Pero no solo eso. Para las colectividades este epílogo constituye también un duro baño de realidad, pues ha dejado expuestas diferencias ideológicas de fondo que, al menos por ahora, hacen difícil proyectar esta coalición más allá de este mandato.

La forma a veces desvergonzada en que se llevaron a cabo las negociaciones de último minuto para intentar salvar un acuerdo también dejó heridas internas en las colectividades, que tomará tiempo superar. Así, dirigentes del PPD no trepidaron en pretender desconocer el mandato del consejo general -uno de ellos, que incluso hace solo unas semanas había alertado sobre los riesgos de plegarse a la “lista del indulto”, ahora presionaba por sumarse a ella-, poniendo en una situación muy compleja a la propia presidenta del partido, quien no aceptó doblegarse; mientras que en el PS su presidenta tuvo que allanarse a pactar con Apruebo Dignidad, a pesar de su clara inclinación por mantener a flote la alianza con el Socialismo Democrático.

Síntoma de que el naufragio de estas negociaciones devela algo más estructural es la ruptura del eje PS-PPD. Habiendo sido junto a la DC el bloque que encarnó con sus luces y sombras los “30 años”, y pivote fundamental de la transición que se inició en 1990, la dispersión de fuerzas está mostrando que en la política chilena parece haber un nuevo ciclo que exige decantar posturas. En el caso de la izquierda, parecía que el rápido ascenso de la nueva izquierda encarnada por el Frente Amplio, unida al fortalecimiento del Partido Comunista, habían sentado un curso inexorable, sin mayor margen para la defensa del legado de los gobiernos de centroizquierda y anclándose en visiones refundacionales.

Los partidos que conformaron la ex Concertación y la ex Nueva Mayoría cayeron en un grave extravío al permitir que esta nueva izquierda adquiriese el protagonismo total, generando una pérdida de identidad sobre todo simbolizada en el desfonde de la DC. Pero el que estas colectividades, aun cuando menguadas en su peso electoral, hayan decidido dar un paso -no exento de importantes costos- para intentar buscar un perfilamiento propio y tomar distancia de una alianza de gobierno que no los representa, es un paso sin duda relevante en nuestra política. El PS tuvo la opción de mantener su alianza con el Socialismo Democrático y articular desde ahí un polo más de centro -eso también habría permitido dimensionar mejor cuánto pesa electoralmente AD y el SD-, pero en cambio optó por conformar listas con aquellos partidos que encarnan visiones más extremas, una movida que si bien parece apostar todas sus fichas en un mejor rendimiento en las urnas, previsiblemente diluirá más su identidad y acentuará las divisiones internas.

Con un PS más hacia la izquierda, inevitablemente cambia el mapa en el mundo progresista, y ahora comienza una carrera para determinar cuál de las izquierdas detentará el protagonismo en el tiempo venidero. Pero con su decisión de abandonar el centro el PS también provoca un efecto sistémico, pues se abre un extenso campo en el resto de las fuerzas políticas para disputar espacios de poder en este nicho -que inesperadamente ha ido fortaleciéndose en el último tiempo-, configurando una oportunidad de ampliar el abanico de opciones para los electores, sin quedar otra vez constreñidos en lógicas bipolares, como ocurrió en la última elección.

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