Esperanza porfiada
Por Verónica Undurraga, profesora de Derecho UAI; Espacio Público
No estaríamos en un proceso constituyente sin las marchas del 2019 exigiendo cambios en el modo en que se dirige el país. Esas demandas existían antes de convertirse en gritos, solo que se postergaron mientras no molestaran. El sistema reaccionó por miedo y culpa -lo importante es que reaccionó- y en noviembre se logró un acuerdo razonable, aunque precario.
Nos esperanzamos la noche del plebiscito con el respaldo contundente del Apruebo, que mostró lo inadecuada que era la palabra polarización para explicar la situación del país. Hay una enorme mayoría que quiere deliberar en conjunto los términos de nuestra convivencia. No son un bando, son millones de personas diversas que confían en que podemos hacer las cosas mejor. Algunos están preocupados por el exceso de expectativas que se ponen en el proceso constituyente. A mí me emociona la resiliencia y la porfiada esperanza del ser humano, sin los cuales casi nada de lo que es bello e importante en nuestra historia existiría.
Sí, me preocupa lo que viene. Temo que cuando se inscriban las candidaturas haya demasiadas caras que simbolicen (justa o injustamente) la política desprestigiada y que eso produzca desafección por el proceso. Y me da real pavor que los votos del Apruebo se dispersen en tantas listas de candidaturas, y que finalmente sean quienes no querían una nueva Constitución los que estén sobrerrepresentados en la Convención. Sería una oportunidad perdida para todos, incluyendo quienes ganarían esta instancia para perder lo más importante: la posibilidad de construir desde la colaboración en lugar de atrincherarse (¿por cuánto tiempo?) en el bloqueo.
Agradezco a las mujeres que hicieron posible la paridad, porque quizás ellas nos salvarán de estos riesgos. Es un placer ver cómo los dirigentes hombres están buscando candidatas, cuando la costumbre ha sido marginarlas. La aprobación de escaños indígenas es otra buena noticia, no solo porque era inimaginable pensar que podía discutirse una nueva Constitución sin los pueblos originarios, sino porque ayudarán a sacar la discusión política del solipsismo en que se encuentra. Ojalá puedan también llegar a la Convención personas que desde fuera de la política tienen trayectorias aportando en la solución de los problemas sociales desde las distintas dimensiones del quehacer humano. Me gustaría que la llegada de mujeres, indígenas e independientes desconcierte a los que aún creen (sin cierta razón, sigo temiendo) que aún pueden controlar este proceso. Y espero, con esperanza porfiada, que ese minuto de incertidumbre permita desactivar el piloto automático de las prácticas añejas, y que las nuevas caras y los rostros curtidos construyan acuerdos a partir de la escucha, el respeto, el conocimiento y la mejor información disponible.
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