Fin al programa Liceos Bicentenario
Al parecer, podría estar volviendo la noción de “bajar de los patines”, una forma de entender la educación que desincentiva la creación de proyectos de calidad y que daña sobre todo a los estudiantes más vulnerables.
Ha causado profundo desconcierto el anuncio que formuló el ministro de Educación en relación con el programa Liceos Bicentenario, pues de acuerdo con la autoridad éste no continuará bajo la actual administración. La autoridad indicó que una vez que se extingan los convenios suscritos dichos liceos dejarán de percibir recursos especiales, y recibirán fondos como cualquier otro. “No haremos cambios al respecto, porque los esfuerzos del Mineduc estarán puestos en apoyar las condiciones basales de todos los establecimientos que reciben subvenciones, en especial aquellos que atienden a la población más vulnerable”, agregando que no está contemplado hacer nuevas convocaciones para postular a estos fondos especiales.
Los dichos del ministro de Educación confirman las aprensiones que existían cuando se conoció que en el proyecto de ley de presupuestos 2023 los fondos para los Liceos Bicentenario se reducían en 32,9%. Si bien el ministro reconoció y felicitó el rol que han jugado estos establecimientos, señalando que continuarán siendo apoyados, no está claro cómo se traducirá esto.
El término de este programa no implica que los 320 establecimientos adscritos a este programa -presentes en todas las regiones del país, y donde se forman unos 240 mil alumnos- desaparecerán, pero no hay claridad si con las subvenciones estándares podrán sostener los programas académicos que han buscado marcar una sustancial diferencia en cuanto estándares de calidad. Esta sola posibilidad es ya desconcertante, porque la señal que se está enviando a las miles de familias que se educan en la red de establecimientos financiados por el Estado es que en vez de apoyar y fomentar el desarrollo de proyectos que probadamente han marcado una diferencia, el camino escogido parece ser, en los hechos, nivelar hacia abajo o, dicho más crudamente, “bajar de los patines”. Sería lamentable si esto fuese el anticipo de un regreso a visiones ideológicas profundamente dañinas, que desconocen el valor de que los establecimientos dentro del ámbito público compitan por acceder a fondos especiales y busquen marcar diferencias en materia de calidad en beneficio de los alumnos y sus familias.
Las razones para terminar con estos programas resultan aún más extrañas si se atiende a los indicadores, que debería ser el parámetro utilizado para guiar las decisiones en materia de políticas públicas. Más de la mitad de estos establecimientos se han encontrado regularmente en el 10% superior de preferencias del Sistema de Admisión Escolar, y por cada vacante ofrecida hay más de tres postulantes. Datos de Acción Educar muestran que en materia de pruebas estandarizadas, tanto para el caso de lenguaje como matemáticas el rendimiento de los Liceos Bicentenario ha estado en promedio sobre 20 puntos por encima respecto de liceos emblemáticos y establecimientos que reciben fondos del Estado. En acceso a la educación superior, el 87% de su matrícula logra acceder a ella, confirmando que en este ámbito los Bicentenario han logrado situarse en poco más de una década en alternativas tan competitivas como los liceos emblemáticos. Sin que por lo visto existan fundamentos técnicos de peso, esta forma de proceder lleva a preguntarse por qué se escoge un camino que podría debilitar una de las pocas alternativas que sí está funcionado bien en el ámbito de la educación pública.
Sin una propuesta concreta de parte del Ministerio de cómo se fortalecerá la educación pública, excepto vagas promesas de que se trabajará en mejorar la calidad de todos los establecimientos, el gobierno está prescindiendo de un programa que ha entregado beneficios concretos a las familias y que éstas valoran, para ofrecer a cambio una alternativa que descansa en generalidades y en limitar aún más la proliferación de proyectos educativos, que amplíen las posibilidades de elección así como la calidad de sus procesos formativos.
Los Liceos Bicentenario han sido una política pública que ha beneficiado concretamente a los sectores más desposeídos -nueve de cada diez de sus estudiantes presentan algún nivel de vulnerabilidad-, algo que cobra especial relevancia cuando varios de los liceos tradicionales, que fueron la punta de lanza de la educación pública y enormes vehículos de movilidad social, se han visto dramáticamente afectados por el vandalismo, la indisciplina y el éxodo de profesores y alumnos. Esta destrucción de lo público es inaceptable y el gobierno debería concentrar sus esfuerzos en ello, pero es un contrasentido que la “solución” pase por terminar o debilitar programas que apuntan a tratar de elevar los estándares de calidad y resaltar el mérito.
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