“Funa” en Facultad de Derecho de la U. de Chile
Las tibias o tardías reacciones del decanato y la rectoría frente al violento amedrentamiento de que fue objeto Sergio Micco resultan particularmente preocupantes, pues se envía una equívoca señal a la sociedad.
La “funa” de la que fue objeto el ex director del Instituto de Derechos Humanos, Sergio Micco, en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile -ello en el marco de un seminario convocado por los propios alumnos-, ha vuelto a poner de relieve la amenaza que representa para la sociedad la cultura de la cancelación, donde grupos con evidente motivación ideológica se sienten con el derecho a impedir que otros puedan expresar libremente sus opiniones, para lo cual no se trepida en recurrir al amedrentamiento e incluso a la violencia física.
En los últimos años se han multiplicado los casos en que autoridades y personalidades políticas han sido violentadas por el solo hecho de sostener posturas que disienten de lo que establecen como “correcto” determinados grupos. Estas manifestaciones de intolerancia incluso han llegado al extremo de “funar” en los domicilios particulares, lo que claramente constituye una agresión que no sólo vulnera garantías elementales de las personas -hechos que normalmente quedan en la total impunidad desde un punto de vista de la persecución penal-, sino que horada las bases mismas de una democracia, que ve de esa forma conculcada la libertad de expresión y el derecho a emitir libremente opiniones sin temor a represalias.
Peligrosamente este tipo de conductas han sido avaladas o incluso instigadas por sectores políticos o incluso por núcleos de la propia academia, que han naturalizado la agresión como una forma legítima de expresar disenso o hacer prevalecer sus puntos de vista, instalando la lógica de “enemigos” a los que se debe excluir a toda costa. Las “funas” de ninguna manera pueden asimilarse a la protesta pacífica o al legítimo derecho a disentir de la opinión de otros; son de hecho términos antagónicos, pero lamentablemente las fronteras entre ambas se han ido diluyendo.
Una universidad debería ser la instancia por excelencia donde la pluralidad de puntos de vista y el libre intercambio de ideas sean la piedra angular de su quehacer. En tanto espacios privilegiados para la formación intelectual, la transmisión de conocimiento y el cultivo de las más variadas disciplinas, la cultura de la cancelación desnaturaliza el rol que justamente están llamados a desempeñar en la sociedad. El hecho de que un amedrentamiento como el que experimentó Micco haya ocurrido en la Universidad de Chile, nuestra principal universidad pública, y particularmente en una Facultad de Derecho, resultan especialmente desconcertantes y deben ser objeto de total repudio.
Cabría haber esperado de las principales autoridades de la universidad y de la facultad reacciones enérgicas e inmediatas frente a lo sucedido. El tibio comunicado del decanato, en que desestima que Micco -quien además es profesor de dicha universidad- haya sido censurado, escudándose en que no se impidió su ingreso a la Facultad y sólo al final de su exposición tuvieron lugar “manifestaciones” en su contra por parte de alumnos de la facultad -varios de ellos militantes de las JJCC y de Convergencia Social-, supone una preocupante relativización de los hechos y una ominosa inacción. La rectoría, días después, si bien repudió los hechos, en su comunicado no se advierte que se vayan a adoptar sanciones disciplinarias de ninguna especie. El silencio de muchos profesores frente a lo sucedido también es indicativo del temor o la indiferencia frente a hechos como estos, que no parecen encontrar mayores limitaciones para que sigan ocurriendo. Se envía así una equívoca señal no sólo a la comunidad universitaria, sino al conjunto de la sociedad.
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