Grave agresión en Liceo Lastarria
El hecho de que su director haya sido rociado con bencina -un caso que se ha repetido en otros establecimientos- es un ejemplo más de la violencia irracional que cunde sobre todo en los llamados liceos emblemáticos, y la necesidad de ponerle coto.
Los disturbios que tuvieron lugar el pasado 23 de mayo en el Liceo Lastarria -ubicado en la comuna de Providencia- terminaron siendo particularmente violentos, ya que según reveló este medio el director del establecimiento fue rociado con bencina. Aun cuando el hechor no habría tenido la intención de quemarlo, lo cierto es que existe amplia coincidencia en que el solo hecho de que algo así haya ocurrido constituye una agresión gravísima, la que se inserta dentro de una ola de violencia que desde hace años viene afectando a los llamados liceos emblemáticos.
Los casos en que alumnos han rociado a profesores o funcionarios de los liceos con elementos combustibles no son aislados -ello ya había ocurrido en el Instituto Nacional, en 2018, afectando al rector de entonces y la inspectora general, o en el Liceo de Aplicación-; también se han registrado situaciones en que hubo detonaciones al interior de los liceos. El uso de bombas molotov por parte de encapuchados -normalmente durante enfrentamientos con Carabineros- se ha vuelto algo habitual, a lo que se suman las constantes tomas -donde se han denunciado casos de persecuciones a alumnos que no participan de estas-, todo lo cual ha devenido en reiteradas suspensiones de clases, con perniciosos efectos tanto en los procesos formativos y académicos, así como en la disrupción que ello genera en los hogares de los alumnos.
La violencia en los liceos emblemáticos de la capital es un flagelo que solo ha venido incrementándose en los últimos años -2022 y 2023 fueron claros ejemplos de ello, donde los casos reportados superaron el centenar-, sin que hasta aquí se haya podido poner coto, a pesar de que incluso el Ministerio de Educación ha reconocido que muchas de estas situaciones corresponden a delitos, y no a meras manifestaciones de los estudiantes.
Lo concreto es que la violencia y los constantes desórdenes están provocando un grave daño en la educación pública, donde resulta evidente que los liceos emblemáticos han visto resentido su rendimiento académico, así como una merma en su matrícula, algo que era impensado apenas hace algunos años, considerando las extensas listas de espera que había para postular a ciertos liceos. Probablemente el caso más llamativo es el del Instituto Nacional, donde en la última entrega de resultados de la PAES apareció en el lugar 267, muy lejos de aquellos años en que figuraba dentro de los diez mejores del país. Ciertamente que en estos resultados podrían estar incidiendo una serie de factores, pero ya casi nadie discute que el vandalismo y la pérdida del sentido de autoridad son muy incidentes.
El caso del Liceo Lastarria vuelve a relevar lo indispensable de que la sociedad discuta en profundidad las causas que llevan a esta violencia irracional en los establecimientos escolares -cabe esperar que se haya internalizado la irresponsabilidad que significó haber alentado las movilizaciones violentas, justificándolas en un mal entendido derecho a la manifestación-, así como las medidas que se deben adoptar para retomar la disciplina interna y asegurar sanciones efectivas a sus responsables. Sin ello no solo se está erosionando irremediablemente la educación pública, sino que se está comprometiendo el futuro de miles de alumnos, que ven vulnerado su derecho a la educación.
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