Implicancias de una nueva candidatura de Bachelet

Michelle Bachelet
Santiago, 12 diciembre 2022. Encuentro en el marco del Día Internacional de los Derechos Humanos. Marcelo Hernandez/Aton Chile

El hecho de que se esté pensando en la exmandataria como carta presidencial no solo refleja los serios problemas del oficialismo para potenciar nuevos liderazgos, sino que es todo un símbolo que sectores frenteamplistas ahora se aferren a una opción de la cual renegaron.



A pesar de que la expresidenta Michelle Bachelet ha señalado en reiteradas oportunidades que no pretende postular a un tercer mandato, su nombre ha vuelto a sonar como posible carta presidencial en las elecciones de noviembre. No solo las encuestas le han dado una chance -en la última Cadem marcó 12%-, sino que distintas voces del mundo de la izquierda han señalado que ven con buenos ojos su eventual postulación; otros incluso han sido más explícitos, planteando por ejemplo que dentro del Partido Socialista -tienda a la cual pertenece la exmandataria- no hay otro plan que no sea ella. Naturalmente que también ha habido algunas posturas distantes, particularmente en el PPD, que no han renunciado a la posibilidad de que la actual ministra del Interior, Carolina Tohá, sea la abanderada del sector.

Si acaso Bachelet aceptará competir será algo que recién se dilucidaría en marzo, de acuerdo con lo que se ha indicado en el PS, pero el hecho de que su nombre haya aparecido sorpresivamente dentro de las opciones no solo está revelando los problemas que está enfrentando el oficialismo para renovar sus cuadros políticos y potenciar figuras competitivas, sino que además dejan a la vista la contradicción que representa para las nuevas generaciones hoy en el poder tener que recurrir a una figura que representa un pasado del cual ellos renegaron y buscaron superar.

En el último tiempo han surgido algunas figuras en el mundo de la izquierda, como el caso del alcalde de Maipú, Tomás Vodanovic (Frente Amplio), cuya arrolladora victoria en las elecciones municipales de octubre pasado lo dejó con un interesante potencial. También se ha especulado con el nombre de Claudio Orrego, el gobernador de la Región Metropolitana, quien logró aunar a la izquierda en las elecciones regionales. El diputado Vlado Mirosevic (Partido Liberal) lanzó su candidatura presidencial, en tanto que el diputado Jaime Mulet fue proclamado candidato por el FRVS. El problema es que todos aparecen de momento muy atrás en las encuestas, y no resultan suficientemente competitivos para medirse con Evelyn Matthei, la carta más fuerte que tiene Chile Vamos y quien lleva hasta ahora una cómoda ventaja en todos los sondeos. Es un hecho que Carolina Tohá, la opción que aparentemente más acomodaría al propio Presidente Boric, tampoco ha logrado despegar en las encuestas -ella también definirá su futuro en marzo-, y la sombra de Bachelet probablemente también ha contribuido a eclipsar su figura.

Lo concreto es que el oficialismo no ha logrado generar un nuevo liderazgo competitivo, lo que en la práctica significa que en estos momentos no cuenta con una carta presidencial fuerte -esto no deja ser un problema, considerando que el plazo para inscribir las candidaturas presidenciales y parlamentarias a las primarias vence a fines de abril-, y ante lo apremiante del cuadro es explicable que los ojos se hayan puesto sobre la expresidenta Bachelet, como posible tabla de salvación.

Pero al margen de la falta de capacidad para generar espacios que permitieran potenciar nuevos nombres, parece evidente que la razón de fondo que explica el dilema en que se encuentra el oficialismo para afianzar sus candidaturas radica en que el proyecto político que encarnó el gobierno liderado por el Frente Amplio no logró cumplir con las expectativas que forjó en la ciudadanía -más allá de que el Presidente Boric haya logrado mantener un fiel 30% de apoyo a su gestión-, generando un desencanto que naturalmente hace difícil poder proyectar el legado en algún sucesor.

Si hay algo que particularmente refleja el naufragio de dicho proyecto político -al menos como fue concebido originalmente- es que el propio Frente Amplio (FA), que llegó al poder con la promesa de cambiar las viejas prácticas políticas e inaugurar una nueva era presumiendo estándares morales superiores, ya no descarte a Bachelet como su propia carta presidencial, una verdadera ironía del destino cuando apenas hace unos años varios de los sectores que entonces componían el FA cuestionaban duramente a la entonces Nueva Mayoría -la coalición con la cual gobernó Bachelet- por estimar que no había sido capaz de impulsar las transformaciones políticas y sociales que había prometido. La incorporación del Socialismo Democrático en cargos clave del gobierno -que ayudó a dar estabilidad a la coalición-, y ahora una posible candidatura de Bachelet, deberían constituir cuando menos un baño de realidad para las nuevas generaciones y asumir mayores dosis de humildad en la forma como entienden su quehacer político.

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