La balsa de piedra
Por Ricardo Carbone B. Académico Universidad Alberto Hurtado
El 18 de junio se cumplieron once años desde la muerte de José Saramago. Con una imaginación, profundidad e inteligencia fuera de lo común, el escritor portugués, nos legó una serie de libros que siguen siendo fuente de reflexión, cuestionamiento y, por cierto, gozo.
Algunas de sus novelas podrían tener una relación evidente con lo que estamos viviendo este tiempo. En Ensayo sobre la ceguera, una epidemia se expande rápidamente por distintos pueblos y ciudades, dejando ciegos a la mayor parte de los habitantes. O en Ensayo sobre la lucidez, donde el resultado de un rutinario proceso eleccionario sorprende a toda la comunidad. El recuento de votos muestra que, tanto en primera, como en segunda vuelta… ganan los votos blancos.
Sin embargo, me parece interesante referir a otra novela. Se trata de La balsa de piedra. En este caso, Portugal empieza a flotar sobre el Atlántico, separándose cada día algunos centímetros de Europa continental. El ingenio humano trata de resolver el problema, reparando los puentes y buscando el modo de fijar esa enorme masa flotante. Pronto surgen diferencias entre “unos” y “otros”, entre quienes están en la balsa y quienes permanecen en el continente. La sociedad se divide, la comunidad se distancia y cada uno se refugia en sus posturas y en sus verdades. Día a día la fractura se profundiza.
Si miramos lo que sucede hoy, en Chile y en el mundo, vemos que es, precisamente, la división y mirada individual o de la pequeña comunidad, lo que nos orienta. Son comunes las perspectivas ideológicas, políticas, religiosas, culturales maximalistas y poco dialogantes. Cada uno navega en su propia balsa. Casi sin percibirlo, vamos flotando en distintas direcciones, sin encontrarnos, sin compartir, creyendo que nuestra trayectoria es la correcta y la única que vale la pena transitar.
Saramago nos invita a reflexionar acerca de este y otros puntos. Once años de su fallecimiento son una oportunidad para mirar nuestra sociedad, para reconocer la división y fractura, pero también los enormes desafíos de unidad que debemos acometer. Durante años, hemos tratado de tender puentes que permitan transitar desde una orilla a otra. Por cierto, debemos seguir construyéndolos - cada vez mas anchos y fuertes-, pero no solo usarlos para transitar desde un lado al otro, sino que, principalmente para conocer y hacerse parte de la vida que hay en la orilla opuesta, entender y valorar como se ve la vida desde ese lugar, empatizar con esa perspectiva, con esas opciones, con esos sueños y con esas tristezas y dolores.
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