La equivocada apuesta de Petro

Colombia's President Gustavo Petro and first lady Veronica Alcocer visit Spain

Tras nueve meses de gobierno, la decisión del Mandatario de radicalizar su discurso y romper con los sectores moderados de su administración solo ahondará la crisis en el país.



En los últimos cuatro años América Latina ha vivido lo que algunos califican como una “marea rosa”, un giro hacia la izquierda en los gobiernos de los principales países del continente, desde el triunfo de Alberto Fernández en Argentina en 2019 hasta la más reciente victoria de Lula da Silva en Brasil, en octubre del año pasado. Sin embargo, no todos esos gobiernos han seguido el mismo rumbo ni pueden considerarse equivalentes. Sin embargo, en lo que sí coinciden es que enfrentan tensiones internas que han ido definiendo el devenir de su gestión, entre los sectores más radicales y los más moderados. Lo sucedido en los últimos días en Colombia deja claro que el camino elegido por el Presidente Gustavo Petro se inclina definitivamente hacia el primer grupo.

Luego de llegar al gobierno en agosto del año pasado y convertirse en el primer Presidente de izquierda de la historia del país, Petro tuvo que trabajar por consolidar una base de apoyo en el Congreso que le diera opciones de llevar adelante su radical programa de reformas, considerando que su partido, el Pacto Histórico, estaba lejos de contar con la mayoría necesaria. Apoyado en la moderación mostrada en la fase final de su campaña, el Mandatario logró sumar a su coalición al Partido Conservador, el Partido de la U -del expresidente Juan Manuel Santos- y principalmente al Partido Liberal. Ello le permitió aprobar la reforma tributaria el año pasado, pero chocó luego con la intransigencia del Ejecutivo para sacar adelante su polémica reforma de salud.

En lugar de trabajar por encontrar acuerdos y flexibilizar sus posiciones, el Mandatario decidió redoblar su apuesta y escapar hacia adelante. No solo dio por muerta la coalición que le otorgaba la necesaria mayoría de votos en el Congreso a solo nueve meses de asumir, sino que realizó una profunda reforma de gabinete, sacando a figuras clave que eran garantía de moderación, como el ministro de Hacienda José Antonio Ocampo, colocando en su lugar a hombres de su extrema confianza, que habían colaborado con él en su cuestionada gestión de la alcaldía de Bogotá. Pero peor aún, demostró estar dispuesto a jugar con fuego para avanzar con su programa, al llamar a la ciudadanía a salir a la calle y advertir que “coartar las reformas puede llevar a la revolución”.

Más allá de sus intentos por explicar que sus palabras no son un llamado a la violencia callejera, lo cierto es que con su retórica -incluso aseguró que “vamos hacia un campo de batalla en el que hay que triunfar”- el Mandatario solo favorece la confrontación e insiste en un discurso de buenos y malos que solo termina favoreciendo el enfrentamiento. En una democracia el camino para llevar adelante los proyectos debe ser el del diálogo, la negociación y los acuerdos, no la presión ni las amenazas. Este último recurso solo conduce a un peligroso deterioro institucional y en la región hay claros ejemplos de ello. Con una inflación que supera el 13% anual y un desempleo del 11%, los más perjudicados con el camino de la radicalización solo serán los propios colombianos.

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