La guerra y la desinformación
La ciudadanía debe ser muy consciente que, sobre todo en escenarios bélicos como el actual, el riesgo de manipulación informativa es altísimo, por lo que cabe suma responsabilidad en los contenidos que se consumen y difunden.
“La primera víctima cuando llega la guerra es la verdad”, recordaba el senador estadounidense Hiram Johnson, en plena Primera Guerra Mundial. En cada conflicto armado que ha enfrentado la humanidad ello se ha podido comprobar, y fue en el siglo XX, con la masificación de distintos medios de comunicación, que la propaganda y la desinformación encontraron un efectivo canal para posicionar mensajes interesados y manipular a la opinión pública. Pero esa masividad e instantaneidad hoy se ven potenciadas de una manera inaudita gracias a las nuevas tecnologías, que en cuestión de segundos no solo permiten difundir mensajes de manera global, sino que además poseen un alcance nunca visto. Se estima que más de 4.600 millones de personas tienen hoy acceso a redes sociales, lo que potencialmente expone a poco más de la mitad de la población mundial a su influjo.
Una interconexión de esta magnitud representa enormes progresos para la humanidad, pero su contracara es que también permite como nuca antes multiplicar mensajes falsos o propagar desinformaciones que apuntan a manipular o despertar todo tipo de sentimientos o emociones, un terreno que resulta particularmente fértil cuando hay escenarios bélicos. La guerra entre Rusia y Ucrania, así como el reciente conflicto que se ha desatado entre israelíes y palestinos, son de hecho los eventos bélicos con mayor cantidad de espectadores en línea que registre la historia, y por lo mismo no debe extrañar que el cúmulo de desinformaciones en ambos conflictos haya alcanzado niveles sin precedentes.
En el caso de Rusia, se ha podido detectar toda una red montada con el fin de difundir mensajes destinados a distorsionar la invasión a Ucrania, mientras que en el conflicto en Gaza los usuarios de X -antes Twitter-, que suman más de 500 millones alrededor del mundo, han sido bombardeados con una cantidad de imágenes no vista en dicha red, lo que desde ya ha despertado la inquietud de la Unión Europea. El bloque ha alertado acerca de que dicha red social se está utilizando por algunos para difundir noticias falsas y contenidos ilegales en relación con dicho conflicto.
Los riesgos de dejarse llevar por informaciones no confirmadas quedaron perfectamente ilustrados en el error que cometió el propio Presidente de Estados Unidos, Joe Biden, quien aseguró haber visto imágenes de milicianos de Hamás decapitando bebés en Israel, algo que tuvo que salir a corregir la propia Casa Blanca, señalando que el Mandatario no había visto dichas imágenes, sino que se basó en declaraciones que habían hecho autoridades israelíes. La rectificación -que da cuenta de un bochorno de proporciones- seguramente ya no permite corregir del todo el daño de haber difundido un contenido sin verificación.
Es un hecho que los riesgos de la desinformación en el caso de las guerras se ven potenciados producto de las dificultades para poder verificar los contenidos de forma independiente, algo que en el caso del conflicto palestino-israelí se ha tornado aún más palpable producto de las restricciones que encuentra la prensa independiente para ingresar a ciertas zonas, como es el caso de Gaza, lo que hace que la desinformación en este conflicto se torne aún más compleja. Ilustrativo de ello es el dramático bombardeo al hospital Ahli Arab en Gaza, donde a pesar de que han transcurrido varios días desde los hechos aún no es posible conocer una versión oficial del número de víctimas -se habla de cientos de ellas-, en tanto que ambas partes siguen culpándose mutuamente por esta tragedia.
Otra de las amenazas que tiene un rol protagónico en este conflicto es la utilización de la inteligencia artificial (IA) para generar contenidos manipulados que desinformen a la población. El uso de imágenes trucadas o sacadas de contexto no es nuevo, pero dado que la IA permite elaborar contenidos en forma instantánea sin intervención humana, así como imágenes, audios y videos con tal nivel de realismo que el usuario muchas veces no tiene cómo detectar que son falsos o manipulados -muy reveladoras de ello fueron las imágenes creadas del Papa utilizando una llamativa parka, obra del programa Midjourney, o la supuesta detención de Donald Trump-, el riesgo de manipular a la opinión pública se amplifica considerablemente.
En un escenario como el que vivimos en estos momentos, con dos conflictos armados de enormes implicancias para el mundo, y con las dificultades objetivas para poder llevar información veraz, es imprescindible ser conscientes de estas amenazas y actuar con extrema cautela y responsabilidad tanto en lo que se informa como en los contenidos que se consumen. Aquí resulta crucial que los propios ciudadanos desplieguen mayores esfuerzos para estar conscientes de una manipulación informativa, lo que no sólo supone una actitud mucho más vigilante para discernir mejor entre contenidos verídicos y aquellos falsos o interesados -en ello es fundamental el rol que los colegios y las campañas públicas puedan hacer para educar mejor a la población sobre estos riesgos-, sino que además procuren informarse por canales confiables.
Ciertamente que los medios de comunicación tradicionales juegan en este caso un rol insustituible, pues además de regirse por estándares éticos disponen de mecanismos para la verificación de fuentes y pueden poner el necesario contexto a las informaciones, jerarquizando en un mundo donde hay sobreabundancia informativa. Se debe ser consciente sobre las consecuencias que conllevaría para la sociedad si al final la mayoría optara por informarse a través de plataformas cuyo objetivo principal es ante todo apelar las emociones, sin ninguna capacidad para filtrar o contextualizar contenidos.
Cabe lamentar, por cierto, que, a pesar del enorme riesgo de desinformación en que nos encontramos, siga habiendo líderes de opinión o personas con alto volumen de seguidores que muestren escaso cuidado en difundir o replicar contenidos sin verificación alguna, desentendiéndose de cualquier responsabilidad por tales actitudes. Ellos harían bien en recordar que, cuando hay guerras, la verdad de lo ocurrido generalmente la conoceremos mucho tiempo después.
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