La hora de la verdad: péndulo o mejor fotografía
"Creo emergerá una fotografía donde la derecha y la centro derecha, la centro izquierda, y la izquierda de Apruebo Dignidad, se llevarán cada una aproximadamente un tercio del electorado. No habrá entonces una mayoría por cambios demasiado abruptos y radicales, que pongan en peligro los innegables progresos alcanzados".
Hace sólo seis meses elegimos constituyentes, con resultados muy diferentes de los que habían prevalecido por décadas. En efecto, desde 1989 a 2013, dos pactos, la Concertación y la centro derecha, acumulaban el 90% de la votación en las elecciones de diputados. Si bien esta cifra se redujo a 75% en 2017 -con el cambio del sistema binominal y el despliegue del Frente Amplio- todavía era una clara mayoría. Pero la elección constituyente pulverizó este cuadro: la centro derecha alcanzó sólo el 21% y la centro izquierda un porcentaje similar. Así, el otrora “duopolio” no llegó al 50% de las preferencias. Y la izquierda de Apruebo Dignidad, más los independientes con posiciones aún más de vanguardia, sumaron más de la otra mitad. Cambio total, leyeron algunos.
Hoy, sin embargo, pareciera lo más probable que pase a segunda vuelta sólo una candidatura de oposición y que la derecha y centro derecha superen holgadamente esa apenas quinta parte de la votación de la convención. ¿Qué pasó? ¿Chile se devolvió como péndulo en seis meses? La respuesta es clave para orientar la conducción futura de los asuntos públicos si queremos salir de la confusión en la que estamos.
Escudriñemos algo más en las cifras. Notemos que durante la hegemonía de las dos coaliciones la participación electoral decayó desde la mitad a sólo un tercio de la población total. En simple, la gente se fue quedando en la casa. En la elección de constituyentes votó una cantidad similar al 2013, pero se celebró en un momento crudo de la pandemia. Distintos estudios apuntan a que el número global se afirmó en la afluencia de una gran cantidad de jóvenes que antes no habían votado. Luego, es posible plantear que el votante tradicional siguió decayendo.
¿A dónde apunta lo anterior? A que las coaliciones tradicionales, protegidas por el sistema binominal (quienes no se sentían representados en ellas carecían de incentivos a votar, pues había bajísima electividad), se durmieron en los laureles, se distanciaron de la base social y fueron perdiendo tracción. Era simple retener la mayoría política con un electorado cada vez más escaso, apelando a los votantes “cautivos” tradicionales. Esto cambió en la elección de convencionales, que convocó a un nuevo electorado atraído por liderazgos sociales, generalmente contestatarios, que levantaban temas que el adormecido sistema político tradicional había dejado de atender. Las listas de independientes posibilitaron además una alta electividad de estos nuevos liderazgos.
Pero eso no significa que ese resultado sea un mejor reflejo de las preferencias políticas de todos los potenciales votantes. Tal como las elecciones tradicionales subrepresentaban a electores más lejanos a los partidos tradicionales, la elección de convencionales hizo lo propio con los votantes más habituales, que dejaron de votar. Pero es previsible que eso cambiará este domingo. Sin sistema binominal, pero tampoco listas de independientes, pandemia más controlada y, muy importante, con mayores definiciones en juego, los resultados serán menos sesgados hacia lo radical, como en el caso de la convención, o a lo conservador, como en las elecciones tradicionales. El cambio en las circunstancias y reglas de votación nos ha hecho tomar “fotos desde ángulos diferentes” y creer que lo retratado, que ha permanecido en el lugar, se mueve como péndulo.
Limitados estos sesgos, creo emergerá una fotografía donde la derecha y la centro derecha, la centro izquierda, y la izquierda de Apruebo Dignidad, se llevarán cada una aproximadamente un tercio del electorado. No habrá entonces una mayoría por cambios demasiado abruptos y radicales, que pongan en peligro los innegables progresos alcanzados. Pero habrá una considerable merma de las dos coaliciones tradicionales en relación a su peso histórico y, en particular, de la que ha sido más opuesta a los cambios económico sociales. Si los dos tercios de izquierda y centro izquierda logran confluir -tarea nada fácil, pues para ello es necesario dejar de leer la elección de la Convención como indicativa de un cambio radical de las preferencias ciudadanas- y acordar cambios imprescindibles, pero hechos con el ritmo, el rigor técnico y la amplitud política (prestando de paso debida atención a las restricciones económicas que no se resuelven sólo con voluntad) adecuados al calado de las reformas deseadas, tienen una oportunidad de prevalecer. De lo contrario, si es de este espacio quién gane, seguirá dando vueltas en banda con un gobierno de minoría. Y la centro derecha deberá corregir la tentación, posiblemente reactiva, a caer en el mismo error de la izquierda más radical tras la elección de la convención; creer, solo basada en los aprontes electorales de un candidato extremadamente conservador, que los tiempos están para experiencias de restauración pues viene el péndulo a su favor. Necesitaremos mucho realismo para un buen futuro de nuestra democracia.
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