La otra peste

Fachada Ministerio de Hacienda
Foto : Andres Perez

Dicho en otras palabras, o se reduce el gasto público o tendremos que -otra vez- evaluar un aumento de la carga impositiva. Esto resulta especialmente complejo en un escenario repleto de nuevas demandas que aspiran a ser financiadas con gasto público.



Por décadas, los países de Latinoamérica han sufrido sus efectos. Como una enfermedad, la mayoría ha sido contagiado. Hacia mediados de la década del 2000 Chile logró prácticamente erradicarla. Pero parece que otra vez se ha saltado el “cordón sanitario”.

El manejo de la deuda pública ha sido un verdadero padecimiento para los gobiernos latinoamericanos. De los bloques de economías emergentes -excluyendo economías avanzadas que operan como refugio de inversionistas-, nuestra región encabeza el ranking, y las crisis vinculadas a la deuda pública han sido un permanente dolor de cabeza para las autoridades económicas, un buen reflejo de la baja capacidad para contener el gasto fiscal y la escasa efectividad recaudatoria de los esquemas tributarios.

Chile logró durante un buen tiempo diferenciarse del vecindario. La aplicación de la regla fiscal y un sistema tributario de bajas tasas, pero de alta eficacia en materia de recaudación, permitió al país alcanzar una deuda bruta en torno al 4% del PIB en 2007, mientras en Latinoamérica era 46% del PIB.

Luego de la crisis subprime y de administraciones más laxas en materia fiscal, la deuda del Estado chileno escaló hasta el 27,9% del PIB en 2019, nivel considerablemente más alto que la década previa, pero todavía dentro de parámetros razonables. Sin embargo, lo preocupante para el caso chileno es la trayectoria, hasta ahora imparable, que podría mostrar el endeudamiento fiscal. El informe que presentó el Consejo Fiscal Autónomo ante la Comisión Mixta alerta que si en los próximos años se mantiene el patrón de gasto de la década anterior -que en promedio creció 4,7% real- y de no mediar aumentos de impuestos, la deuda fiscal chilena escalaría rápidamente al 70% del PIB hacia 2026, a un nivel similar al que registró América Latina en 2019.

Dicho en otras palabras, o se reduce el gasto público o tendremos que -otra vez- evaluar un aumento de la carga impositiva. Esto resulta especialmente complejo en un escenario repleto de nuevas demandas que aspiran a ser financiadas con gasto público. Lamentablemente, el contagio que muestra la economía chilena tiene en el tiempo efectos en las personas y las empresas. Un Estado más endeudado presiona al riesgo país, crea un canal de transmisión que eleva las tasas de interés a las que accede el sector privado, todo lo cual termina teniendo efectos en el mediano plazo en el precio de los activos. Como la carga financiera es cada vez mayor, parte de los ingresos fiscales se deben destinar al pago de la deuda, por lo que se renuevan las presiones por mayor gasto fiscal, el típico espiral que termina con estados fuertemente endeudados, altos niveles de inflación y menor espacio para el desarrollo del sector privado. Una verdadera peste.

-El autor es economista

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