La peligrosa falta de tolerancia en la discusión pública
En todas las esferas parecen cundir actitudes de intolerancia, pero que ello esté incluso permeando instituciones como el Congreso, el lugar por excelencia para la deliberación pública, atenta contra la democracia misma.
Es evidente que uno de los pilares de la civilización moderna es la tolerancia, esa capacidad que tienen las personas y las sociedades de discutir ideas sin estigmatizar o faltar el respeto al otro. Esto, que suena tan básico, es lo que estamos perdiendo en forma acelerada con todos los riesgos que ello significa para la democracia.
Lo advirtieron hace una semanas un grupo de 150 intelectuales -de Noam Chomsky a J.K. Rowling-, quienes en una carta denunciaron el surgimiento de actitudes censoras en el progresismo, en lo que se ha denominado la “cultura de la cancelación”, aquella que atenta contra el libre intercambio de información e ideas, el sustento de una sociedad libre. “La intolerancia hacia las perspectivas opuestas, la moda de la humillación pública y la tendencia a disolver asuntos complejos de la política en una certidumbre moral cegadora”, son signos de que lo censurador se está extendiendo ampliamente en nuestra cultura, advierten. Otro grupo de destacados intelectuales españoles se acaba de pronunciar en un sentido similar.
Señales de esto hay en todas partes. En la política, en las universidades, en los medios de comunicación, entre otros. Está, por ejempo, el caso del New York Times, donde algunos de los miembros de la sección de opinión optaron por abandonar el diario ante lo que ellos consideraron la imposibilidad de discutir o publicar ideas que no sintonizaran con aquellas visiones promovidas por sectores más intolerantes.
En las universidades, se hacen cada vez más frecuentes los casos de connotados profesores que son repudiados por expresar y exponer ideas que no son del consenso del momento. Demás está decir lo grave que resulta el hecho de que la libre discusión de ideas se esté restringiendo en instituciones que deben su razón de ser precisamente a aquello.
Pero es en la política donde la intolerancia parece estar alcanzando niveles alarmantes. En Chile esto es cada vez más recurrente, lo que se hizo más patente aún durante el reciente debate del proyecto sobre retiro de fondos previsionales. Aquí, la falta de tolerancia fue evidente y su estrategia es siempre la misma: hay que atacar a las personas; nunca las ideas. Y esto tiene una lógica muy simple: es más facil desacreditar al portador de una idea que argumentar el fondo de un asunto.
Por eso, en la discusión que tuvo lugar en la Cámara de Diputados sobraron los insultos y escasearon las ideas. Como el proyecto tenía escaso sustento técnico, entonces la estrategia de destruir al adversario era la única posible. Y así, mientras el ministro del Interior rebatía el proyecto con los argumentos del gobierno, un diputado de oposición no dudaba en poner frente a su cámara un cartel con fuertes insultos. Posteriormente, en la tramitación del proyecto en el Senado, si bien las formas mejoraron, nuevamente la falta de ideas se hizo muy notoria, agravado por las amenazas de violencia física que recibieron algunos parlamentarios a través de redes sociales.
Si esta es la forma como se va a legislar en Chile, entonces nada bueno se puede esperar de ello. Perder la tolerancia significa no solo perder el respeto por los que disienten; implica también evitar la sana confrontación de ideas, con lo cual se diluye el sustento de la democracia. La censura y el hostigamiento a los disidentes, tan propio de los regímenes totalitarios, es hoy parte de nuesta vida diaria. Esto, que hace poco estaba confinado a algunas redes sociales, hoy también es parte de nuestras instituciones.
Todo este cuadro es muy preocupante, en particular porque este polarizado clima arriesga con contaminar otras discusiones de especial complejidad que se avecinan en el país, entre ellas un posible cambio de Constitución. Por ende, rescatar la tolerancia es fundamental. Y protegerla, al menos en las instituciones del Estado, es lo básico.