La virginidad perpetua del modelo

AFP

Lo importante debiese ser la defensa de la libertad de las personas para incluso poder tomar malas decisiones, siempre y cuando sean sus propias malas decisiones. ¿Nuestro modelo no está justamente basado en la premisa del derecho a elegir?



Hay temas que, por muy significativa que aparente ser su expresión literal, esta es claramente secundaria con respecto a su valor intrínseco. La virginidad perpetua de la Virgen María puede ser un buen ejemplo de esto: hay quienes estarían dispuestos a dar la vida por esta “verdad”, aunque en el fondo la mayoría intuye que da un poco lo mismo si María fue efectivamente virgen hasta el fin de sus días, porque la importancia de su supuesto estado de virtud uno entiende es más bien simbólico. Y de hecho, los únicos que realmente pierden al hacer de vida o muerte la literalidad de aquel virtuosismo, son sus defensores.

Si esta dinámica nos suena familiar es porque por décadas nuestro país ha estado expuesto a una pasión religiosa similar. La independencia del Banco Central, la regla del balance estructural, la integración tributaria, o la necesidad de aprobar cualquier tratado comercial, son “verdades” predicadas por un sector con el mismo entusiasmo y fe, pero sobre todo indiferencia a la evidencia, con que suelen ser abordados ciertos dogmas religiosos. Como si detrás de estas herramientas, en apariencia técnicas, hubiese una verdad ontológica que fuese necesario defender hasta con la vida (por lo general de otros).

Esta disociación entre fantasía-utilitaria y realidad sería solo anecdótica si no fuera porque los portadores del impulso son los mismos que en gran medida han controlado los destinos del país desde que uno tiene memoria.

Pero los tiempos cambian, y ya ni siquiera hay respeto por artículos de fe tan fundamentales como la perpetuidad de las AFP, que es lo que pareciera estar realmente en juego con lo del famoso 10%. Mientras nuestros teólogos-expertos trabajan horas extra para combatir la herejía, la plana mayor del modelo nos recuerda -o amenaza (no nos queda claro)- que “aún es tiempo de rectificar el rumbo”. Y para demostrar que esta vez no están pensando solo en ellos, nos aclaran que de no hacerles caso “los más perjudicados serán los trabajadores y sus pensiones”.

Lo sorprendente es que esta gente no ha dado en el pasado mayores muestras de que realmente le interese con cuánto jubilan los trabajadores. Porque si fuera verdad que consideran las pensiones como un “bien sagrado”, no se explicaría que lleven varias temporadas defendiendo y celebrando un sistema que después de 40 años de funcionamiento –que incluyen los “mejores 30 años de nuestra historia”-, permite que la mitad de los pensionados reciba menos de 150 mil pesos al mes.

Es que todo sería una confusión, porque “el problema de las malas pensiones no son las AFP, sino que es un mercado laboral precario que produce bajos salarios, lagunas e informalidad”, nos explican. Bueno, cualquiera que tenga el más mínimo interés en desarrollar un par de minutos extra la idea, llegaría rápidamente a la conclusión que el mercado laboral precario que tenemos no es una imposición exógena impuesta como penitencia, sino que es justamente el resultado de nuestro modelo, en el cual las AFP son fundamentales. Un modelo que no solo es capaz de convivir con esta precariedad sin mayor problema, sino que, en gran medida por necesidad, la fomenta.

Por supuesto que la defensa al sistema no es solo un tema de fe, porque en un ámbito más terrenal si uno fuera “gran empresario” (como en este país llaman a empresarios de empresas grandes) probablemente también preferiría un sistema que expropia de entrada todo poder a los trabajadores, a pesar de que colectivamente son supuestamente dueños de un fondo de inversiones equivalentes al 80% del PIB (algo así como 100 Sebastián Piñeras juntos). Entonces no vaya a ser que si ejercieran ese poder pensando en sus propios intereses, empiecen a poner condiciones acerca de dónde o cómo se invierte la plata, o a opinar sobre el modelo de desarrollo que debiéramos tener. O peor aun, qué pasaría si el Estado, que gracias a sus aportes logra mantener con vida al sistema, se las diera de “moderno” y priorizara empresas de verdad productivas que hacen excentricidades como innovar. Pero claramente mejor dejarle esas excentricidades a países como Suecia o Corea, no a empresarios macanudos como los nuestros.

Pero más allá de las obvias recompensas materiales de apropiarse del control de los fondos para administrarlos como mejor les parezca, da la impresión que las AFP también son necesarias para mantener la fantasía del país al que nuestros empresarios quieren pertenecer y dirigir. Ese país en el cual ellos están donde están por mérito y talento propios, en el que el Estado no es sino un estorbo. Un país al que sin duda ya habrían llevado al desarrollo si no fuera por el poco esfuerzo del resto y esa manía de los pobres de seguir existiendo.

En ese país ganador, las AFP fueron por mucho tiempo la mejor demostración de que “el modelo” funcionaba, y que mientras más lejos estuviera “lo público” del capital y el Estado de la toma de decisiones, mejor para todos. Un sistema de pensiones que demostraba que podíamos prescindir incluso de un sistema de seguridad social es un triunfo identitario demasiado importante para dejarlas caer sin dar una buena pelea.

Lo llamativo, es que ha quedado claro que ni siquiera los más creyentes creen mucho en sus propios dogmas. Por 40 años los defensores nos insistieron que el ahorro previsional le pertenecía a cada trabajador, y que solo ellos, de manera individual, tenían derecho a decidir qué hacer con esa plata. Ahora esa misma gente está dispuesta a poner en duda la virginidad de María antes que dejar que los trabajadores puedan utilizar sus propios ahorros en una situación de crisis extrema, todo con el argumento que esto sería perjudicial para los propios trabajadores y sus futuras pensiones.

¿Pero qué podría importar que esta sea una mala medida a futuro? Lo importante debiese ser la defensa de la libertad de las personas para incluso poder tomar malas decisiones, siempre y cuando sean sus propias malas decisiones. ¿Nuestro modelo no está justamente basado en la premisa del derecho a elegir?

En fin, sin duda deben existir buenos argumentos a favor y en contra del retiro del 10% anticipado, como existen también para las otras propuestas existentes. Después de todo, hace rato las opciones parecen estar moviéndose entre “lo malo” y “lo menos malo”. Pero independiente de cual opción se termine eligiendo, nada puede ser tan malo como seguir viviendo en un país en que la virginidad perpetua del modelo siga siendo política pública.