Las dos caras del primer año de gobierno
El reciente cambio de gabinete, si bien no contempló modificaciones en el comité político y afectó principalmente carteras sectoriales, vino a confirmar que el diseño que dominó los primeros seis meses del gobierno quedó definitivamente atrás.
Gabriel Boric cumplió ayer su primer año de gobierno y lo hizo tras un nuevo cambio de gabinete que vino a reforzar el giro hacia el socialismo democrático y los cuadros de la ex Concertación iniciado tras el plebiscito constitucional del 4 de septiembre del año pasado. Una fecha que marca con claridad un punto de inflexión en el rumbo que ha seguido la actual administración y permite dividir estos 12 meses en el poder en dos periodos casi iguales en términos de extensión, pero muy distintos en relación al tono de su discurso y el perfil de sus integrantes. El espíritu refundacional que dominó la primera etapa del gobierno -y también el debate en la Convención Constitucional- dio paso a un clima político distinto.
La nueva generación que llegó al poder en marzo del año pasado marcó un quiebre con el devenir histórico de la política chilena desde el regreso a la democracia, y apostó por un cambio radical, renegando de gran parte de los avances logrados en las últimas tres décadas. Y más allá de la apertura a los sectores de la ex Concertación que se sumaron a la campaña del candidato de Apruebo Dignidad tras la primera vuelta, fue el ethos emanado de la izquierda más dura y de una nueva generación política formada en el fragor de la lucha estudiantil lo que dominó la primera etapa de la gestión presidencial. La hegemonía de Apruebo Dignidad fue evidente entonces en un comité político donde solo un ministro no provenía de sus filas.
En ese primer periodo, el Mandatario y su gabinete comprometieron ciegamente el éxito de su gestión al triunfo de la opción Apruebo en el plebiscito constitucional. El designado ministro secretario general de la Presidencia señaló poco antes de asumir que sería difícil llevar adelante aspectos del programa “sin un cambio constitucional”. Por ello, la derrota de esa alternativa y la magnitud del triunfo del Rechazo fueron recibidos por el gobierno como un balde de agua fría que lo obligó a enmendar el rumbo e incorporar a figuras clave del socialismo democrático en el corazón de La Moneda. Y asumir, aun a contracorriente, que su lectura de lo que quería la población estaba equivocada y era necesario un giro hacia la moderación.
A la luz de lo anterior, el reciente cambio de gabinete, si bien no contempló modificaciones en el comité político y solo afectó a carteras sectoriales -con la excepción de Cancillería, que sí sufrió un cambio profundo- vino a confirmar que el diseño que dominó los primeros seis meses del gobierno quedó definitivamente atrás. No solo se aumentó la presencia de figuras vinculadas al socialismo democrático -cuatro de los cinco nuevos secretarios de Estado provienen de ese mundo-, sino que incorporó cuadros experimentados, ya que varios de los nuevos ministros tienen una larga y reconocida trayectoria en el mundo público. Con ello se busca cubrir una de las principales falencias exhibidas por la nueva generación, su falta de experiencia.
Pero pese a que lo anterior es un paso positivo, que se hace cargo de varios de los problemas de la actual administración, su alcance es solo parcial. Esto, porque si bien el Mandatario insistió en que su principal objetivo con los cambios era mejorar la gestión, las modificaciones no alcanzaron dos carteras cuestionadas precisamente por su mala gestión, como Minería y Educación, áreas, además, fuertemente desafiadas por la urgencia de avanzar en la explotación del litio y en revertir los efectos de la pandemia y del ausentismo en los escolares. Solo en Cancillería, otro de los ministerios que mostraron falencias en esa área, se llevó a cabo una profunda y positiva recomposición de su jefatura, la mayor vivida por esa cartera desde el retorno a la democracia.
El proceso, en todo caso, dejó claro que las desprolijidades e improvisaciones que han marcado a la actual administración están lejos de superarse. Luego del confuso cambio de gabinete anterior, donde se revirtió el nombramiento de un subsecretario, alterando todo el proceso, se esperaba que en esta ocasión todo fuera más fluido. Desde enero pasado se venía anunciado la modificación en el equipo de gobierno, lo que le dio tiempo suficiente al Mandatario para evaluar los cambios y elegir a sus nuevos colaboradores. Pese a ello, el juramento de los nuevos ministros se retrasó casi dos horas y obligó a modificaciones de último minuto, luego de que se bajara la carta elegida inicialmente para ocupar la Cancillería.
Lo anterior da cuenta de que si bien la actual administración ha avanzado en corregir parte de sus falencias y ha dado muestras de mayor realismo político, al incorporar figuras provenientes de un mundo antes despreciado, sigue sin despejar plenamente las dudas sobre el camino que seguirá. La convivencia entre dos coaliciones con evidentes diferencias no solo genera tensiones internas, sino que alimenta una incertidumbre que el propio Presidente no ha sido capaz de despejar con su actitud a veces errática y su insistencia en un discurso de buenos y malos. Por eso, más allá de los cambios que haga en su gabinete, solo en la medida en que despeje la ambigüedad de su discurso logrará despejar la incertidumbre y enrielar su gobierno.
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