Las lecciones de la crisis política en Perú

Si bien las principales instituciones lograron sofocar el intento de autogolpe de Pedro Castillo, el que se haya llegado hasta este punto ilustra los riesgos de un sistema político en descomposición.



El fallido intento del ahora expresidente peruano Pedro Castillo por disolver el Congreso, convocar a elecciones para un nuevo Parlamento con facultades constituyentes, gobernar por decreto y declarar en “reorganización” a una serie de instituciones fundamentales, se desplomó rápidamente. El Congreso votó por amplia mayoría su destitución -declarando su “incapacidad moral permanente”- y proclamó como mandataria subrogante a Dina Boluarte, quien oficiaba como vicepresidenta de la Nación; las Fuerzas Armadas y la policía cerraron filas con la defensa del orden constitucional, las principales instituciones repudiaron el quebrantamiento, buena parte de sus propios ministros lo abandonaron y no hubo respaldo ciudadano a esta asonada.

La democracia peruana logró sobrevivir esta vez gracias a que fue posible brindar una salida institucional a una de las crisis políticas más graves que ha vivido el país en las últimas décadas, pero el que se haya llegado hasta este punto refleja en toda su dimensión la profunda crisis que arrastra el sistema político peruano, lo que hace altamente probable que la inestabilidad continuará hasta que no haya cambios de fondo.

El fracaso de la gestión de Castillo, representante de una corriente de izquierda radical, era del todo previsible. Si bien logró hacerse del poder bajo el eslogan de que en Perú “no habrá más pobres en un país rico” y prometiendo una serie de cambios estructurales, su mandato estuvo marcado desde el comienzo por la impericia, así como por el destape de escándalos de corrupción que vinculaban al exmandatario y que motivaron la apertura de varias causas en su contra. Los cinco gabinetes que se vio obligado a conformar en casi un año y medio de mandato, y los tres pedidos de vacancia que el Congreso formuló en su contra, dan cuenta de su notoria incompetencia para detentar el cargo. Su raíz autoritaria y de profundo desprecio por la institucionalidad quedó a la vista con su intento de autogolpe, una desesperada maniobra para zafar de una inminente moción de censura. Castillo no logró concretar su aparente plan de refugiarse en la embajada de México, y ahora deberá enfrentar un juicio por rebelión, sin perjuicio de otras causas en su contra.

El sistema político peruano viene lastrando una crisis a lo menos desde 2016, donde ha sido evidente el enfrentamiento entre los presidentes de turno y el Congreso, buscando anularse mutuamente. La atomización de fuerzas políticas, gobiernos sin mayorías parlamentarias y un descrédito de las principales instituciones -donde destaca la fuerte desaprobación ciudadana que tiene el actual Congreso- son caldo de cultivo para la inestabilidad, y sin que estos problemas de fondo se corrijan, es improbable que Perú logre superar la amenaza de permanente crisis política. Esto es ilustrativo de que cuando el sistema político está descompuesto, todo el resto de la estructura institucional se resquebraja, algo que también debe resultar aleccionador para nuestro país, ahora que se encuentra debatiendo sobre un nuevo texto constitucional, donde no parece haberse ponderado la relevancia de que el sistema político cuente con un buen diseño que evite la fragmentación y propenda a la colaboración antes que el enfrentamiento entre poderes del Estado.

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