Las mentiras
Hoy las campañas políticas son verdaderas batallas que usan la información como munición. Dentro de ellas, la imputación de mentir, que se ha transformado en una recurrida estrategia nacional, no solo priva de una discusión de fondo, sino degrada las relaciones humanas, esas que el presidente (que debe serlo de todos los chilenos) debe cuidar con ahínco.
El presidente, Gabriel Boric, pidió ayer a la ciudadanía “combatir” las noticias falsas. “No crean todas las mentiras que muchas veces se difunden de manera maliciosa por redes sociales”, sostuvo. Hasta aquí todo bien. El problema es el sesgo que acompaña su mensaje. “Acá hay gente que está difundiendo noticias falsas respecto al contenido de la nueva Constitución. Los invito a todos a que combatamos estas informaciones”.
Debemos entender entonces que las fake news provienen de un solo lado? ¿Estarán las buenas y malas intenciones tan mal distribuidas en nuestro país, como plantea el Presidente? La experiencia indica que no y que, por el contrario, la repartición suele ser bastante homogénea. El problema parece situarse en un contexto más amplio. Hoy las campañas políticas son verdaderas batallas que usan la información como munición. Dentro de ellas, la imputación de mentir, que se ha transformado en una recurrida estrategia nacional, no solo priva de una discusión de fondo, sino degrada las relaciones humanas, esas que el presidente (que debe serlo de todos los chilenos) debe cuidar con ahínco.
Sostener que toda argumentación en contrario es producto de la mala fe o de la estupidez ajena es elocuente. Tras ello suele esconderse una feroz incapacidad de autocrítica y un desdén por la coexistencia de lícitas y válidas interpretaciones, esenciales para todo debate honesto y nutrido. Sin duda, es más fácil vociferar, victimizarse, o dolerse por la ceguera de otros, que argumentar. Valga lo anterior para todos los sectores.
Se miente sobre hechos (y también es posible interpretar de mala fe), pero no se miente al proferir opiniones. Contra estas se discrepa. Por ejemplo, respecto del veto indígena nadie de buena fe puede negar que la norma permite interpretaciones disímiles y han sido varios los especialistas que han coincidido en este punto. Lo mismo ocurre en materia de educación, respecto de las indemnizaciones por expropiación o respecto de las implicancias del sistema político, entre otros. Justamente es la ponderación entre los distintos puntos de vista y sus argumentos lo que permite tomar una decisión. Muy distinto es sostener que el hecho de que la Constitución garantice un derecho supone el ejercicio concreto del mismo. Declarar que la consagración del derecho fundamental a la seguridad ciudadana garantiza la posibilidad concreta de vivir una vida libre de narcotráfico, crimen organizado y delincuencia es falso.
El problema de la mentira se agudiza en nuestro país tras la consolidación de la viabilidad de la opción del rechazo. Con los nuevos datos se han removido las certezas de algunos y se han exacerbado las malas prácticas. El gobierno ha decidido separar sus destinos del plebiscito de salida y hacerse cargo del enorme error estratégico. Es de esperar que el diseño no suponga olvidar la prescindencia exigida al Ejecutivo. Acompañar acusaciones de mentir con principios generalistas -y digámoslo, lugares comunes- que expresan la validez de ambas opciones, claramente no alcanza.
Quedan dos meses para el plebiscito y es importante recordar que gran parte de quienes rechazamos no lo hacemos con un afán obstruccionista, ni buscando pasar la cuenta al gobierno. Tampoco mentimos, ni carecemos de argumentos. Simplemente no estamos de acuerdo.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.