Las preocupantes señales de Ecuador

Ecuadorean presidential candidate Zurita and his running mate Gonzalez attend their closing campaign rally, in Quito
REUTERS/Henry Romero

La campaña electoral en ese país demuestra los riesgos que enfrenta un sistema democrático secuestrado por la violencia del crimen organizado y representa una señal de alerta para el resto de la región.



La primera vuelta de las elecciones presidenciales de Ecuador permite hacer no solo un análisis sobre lo que revelan los sorpresivos resultados de las urnas, sino también una reflexión más general sobre los graves efectos que tienen para una sociedad y su sistema democrático el avance descontrolado del crimen organizado y la violencia. Hasta hace menos de una década, ese país era después de Chile el que tenía la tasa más baja de homicidios de la región, llegando apenas a 7 por cada 100 mil habitantes -Chile estaba entonces en menos de 5 por cada 100 mil habitantes-. Hoy, sin embargo, la cifra se eleva a casi 30 por cada 100 mil habitantes, cercano a los niveles de países centroamericanos, que históricamente han estado en la parte alta del ranking de violencia.

El avance de la violencia en Ecuador ha sido rápido y ha ido de la mano de un debilitamiento institucional. En el país operan actualmente al menos ocho grandes bandas criminales, que controlan amplias zonas del territorio y están ligadas en su mayoría a poderosos carteles mexicanos, como el de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación, sin contar con otras organizaciones delictuales vinculadas a la mafia albanesa que también operan allí. Y durante la actual campaña presidencial quedó demostrado de manera dramática cómo la criminalidad está invadiendo los espacios políticos y amedrentando a las instituciones democráticas. No solo fue asesinado hace algunas semanas un alcalde de una de las principales ciudades costeras del país, Manta, sino que a ello se sumó el dramático crimen del candidato presidencial Fernando Villavicencio.

Lo anterior obligó a reforzar la seguridad de los principales abanderados presidenciales, algunos de los cuales no solo hicieron campaña con chalecos antibala sino que también tuvieron que concurrir a votar en medio de estrictas medidas de protección, como fue el caso del reemplazante de Villavicencio, Christian Zurita. El episodio se convirtió en un dramático símbolo de los alcances de una democracia secuestrada por la violencia criminal y debe ser una señal de alerta para el resto de la región. Pero pese a ello, el resultado de la primera vuelta demostró que más que inclinarse por soluciones simplistas contra la violencia, como las que proponían algunos candidatos, emulando la estrategia de Nayib Bukele en El Salvador, una parte importante de los ecuatorianos optaron en cambio por un camino distinto, castigando a la política tradicional.

Junto a Luisa González, la candidata del correísmo, que logró el 33,6% de los votos, la gran sorpresa de la jornada fue el segundo lugar del empresario Daniel Noboa, quien aparecía relegado en las encuestas. Pese a lograr el 23,4% de los votos, el hijo del también empresario y excandidato Álvaro Noboa surge, sin embargo, como el favorito para la segunda vuelta si logra capitalizar el anticorreísmo y reunir los apoyos de sus tres más cercanos competidores. Su sorpresivo resultado, además, da cuenta de que un sector importante de la sociedad ecuatoriana más que mano dura, optó por darle un duro castigo a una clase política tradicional que ha sido incapaz de responder ante las urgencias del país y apostó por una figura joven, que en su campaña priorizó la recuperación económica como el camino para sacar al país de la crisis en que se encuentra.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.