Los consejos de Perón
Por María José Naudón, abogada
“Querido amigo: da a la gente, especialmente a los trabajadores, todo lo que pueda. Cuando a usted le parezca que da mucho, deles más. Verá el efecto (…) tratarán de asustarle con el fantasma de la economía. Es (…) mentira. No hay nada más elástico que esa economía que todos temen porque no la conocen”.
En 1952, Juan D. Perón escribía esta carta al recién elegido Presidente Carlos Ibáñez del Campo. Llevaba en el poder seis años disparando el gasto público, aumentando el dinero circulante y generando una inflación elevada. Su mirada dejó implantada una lógica populista de la que el peronismo no se ha podido liberar con consecuencias por todos conocidas; un país con un índice de pobreza que alcanzó el 40,6% de las personas y 31,2% de los hogares.
Sus declaraciones se parecen peligrosamente al voluntarismo de parlamentarios y candidatos en relación con el cuarto retiro. Argumentos retóricos, impasibles frente a las recomendaciones técnicas recuerdan esa despreocupada recomendación de Perón en relación con la economía.
La pregunta tras la cuestión, podría formularse en los siguientes términos: ¿en qué casos es razonable hipotecar el futuro por las necesidades del presente? La respuesta no es fácil, ni evidente. En materia de pensiones, por ejemplo, existen propuestas que se abren a este camino en casos extraordinarios. Se ha planteado que quienes sufran una enfermedad terminal puedan anticipar los pagos desde sus fondos de AFP y fueron varios los países durante la pandemia que evaluaron recurrir a ellos de forma excepcional. Existen otros casos en los que el consenso sobre la postergación se hace más evidente. A modo de ejemplo, en lo que respecta al cuidado del medio ambiente y como expresión de solidaridad transgeneracional, resulta difícilmente discutible la decisión de postergar necesidades productivas actuales en pos de evitar impactos relevantes en el futuro.
Para lidiar con esta articulación es imprescindible no tener principios escritos en piedra y estar abiertos a gestionar las excepciones. Sin embargo, la discusión del cuarto retiro no se despliega, aunque quiera exhibirse así, entre estas coordenadas. Si bien el debate se ha centrado en el efecto inflacionario, parece irresponsable olvidar que nadie ha ofrecido una alternativa seria respecto de cómo se garantizará a quienes se han quedado sin ahorros previsionales una pensión digna. Y encubrir esto no es solo falta de transparencia sino es también tratar de contener la fisura del dique con un dedo.
Lo que resulta más grave es que el germen de indignación, origen del estallido social se incubó precisamente por decisiones como ésta. En un país donde reducir la aspiración de paz social a criterios económicos nos ha costado caro, parece suicida repetir el ciclo ahora bajo criterios electorales. ¿Han pensado parlamentarios y candidatos qué sucederá cuando los ciudadanos se den cuenta que nada hay para su futuro?, o bien ¿qué sucederá cuando el Estado deba suplir ese déficit a costa de otros beneficios sociales? ¿Cómo juzgará entonces la calle el haber empeñado el futuro por las “necesidades” del presente? Quizá los consejos de Perón y sus efectos -también transgeneracionales- ayuden a anticiparlo.
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