Los efectos de la crisis de Ucrania

Encontrar una salida diplomática efectiva que aleje el peligro de una guerra en Ucrania y redefina la relación entre Europa y Rusia es hoy el mayor desafío que enfrenta la comunidad internacional.



“Estamos en una situación de extrema tensión, un grado de incandescencia que Europa pocas veces ha conocido en las últimas décadas”. Las declaraciones del Presidente de Francia tras su reunión con Vladimir Putin en Moscú dan cuenta de la sensación que reina por estos días en la comunidad internacional, tras la movilización de más de 100 mil efectivos militares rusos a la frontera con Ucrania. Un aumento de tropas que se ha venido consolidando en los últimos meses y que alimenta el temor de una masiva invasión a territorio ucraniano. Informes del Pentágono han advertido incluso que una ofensiva militar de Moscú podría causar 50 mil víctimas y cinco millones de refugiados, escenario catastrófico que Europa parecía haber dejado definitivamente atrás.

Si bien las gestiones diplomáticas de Macron -quien intenta consolidar un nuevo liderazgo en Europa tras la salida de la Canciller alemana Angela Merkel de la escena- dieron algo de respiro, en ningún caso alejaron definitivamente el peligro de una confrontación. Aunque el Presidente ruso mostró una mayor disposición a conversar y aseguró que las propuestas de su par francés podrían crear “los fundamentos para futuros pasos”, en los hechos no dio señales de ceder en sus exigencias de frenar cualquier futura expansión de la OTAN hacia países que integraron el antiguo bloque soviético. Un reclamo que el gobernante ruso basa en supuestos acuerdos alcanzados tras el colapso de la Unión Soviética, pero que tanto Estados Unidos como la UE desconocen.

Tanto para Rusia como para la OTAN un conflicto abierto implica altos costos que ninguno está dispuesto a pagar. La fuerte interdependencia energética entre Moscú y la UE, en momentos en que esta última intenta avanzar en el cumplimiento de sus metas de emisiones de gases de efecto invernadero, constituye un fuerte disuasivo para involucrarse en un conflicto. La ambigua posición del nuevo Canciller alemán, cuyo país compra a Rusia en torno al 35% del gas que requiere, es prueba de ello. Lo mismo en el caso de Moscú, para quien perder el mercado europeo del gas agravaría su ya débil situación económica. Es cierto que la presencia militar en la zona eleva el peligro de que un error de cálculo encienda la mecha del conflicto, pero en los hechos la crisis es más bien un nuevo intento de Putin por ampliar sus espacios de poder en Europa y desafiar a Occidente.

Si bien el riesgo de un conflicto abierto no parece una posibilidad inminente, superar la actual crisis exigirá a ambas partes un redoblado esfuerzo diplomático. El Mandatario ruso ha dado muestras de su persistencia en querer devolverle a Rusia la influencia perdida tras el colapso de la Unión Soviética, y en ese proceso, la debilitada posición de Estados Unidos poco ha contribuido. Por ello, encontrar una salida que aleje la recurrente amenaza de un enfrentamiento abierto en Ucrania y que fije las pautas de una nueva relación entre Occidente y Moscú es hoy el mayor desafío que tienen entre manos tanto Washington como Bruselas. Por ahora, al menos, la crisis parece haber generado un efecto positivo para la seguridad europea, no deseado por Putin: devolverle a la OTAN un protagonismo que parecía perdido, reforzando la debilitada relación entre EE.UU. y la UE.

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