Menos que Cero: ¿El abajismo constitucionalizado?
“Pero este camino no lleva a ninguna parte”, le dije. “Eso no importa”, me contestó. Bret Easton Ellis, Less Than Zero.
Si creíamos haberlo visto todo, nos equivocábamos. La Teoría del Decrecimiento, que postula que los países están mejor si crecen poco o nada, tiene mucha popularidad en la discusión constitucional. La teoría del “Menos que Cero” acecha las Tablas de la Ley. El “fin del extractivismo” puede implicar también el fin de industrias como la minería, la agricultura y la piscicultura, el grueso de las exportaciones. Seremos más pobres, pero de alguna misteriosa manera, más felices. ¿Será posible?
La evidencia indica exactamente lo contrario. La relación entre PGB y bienestar está absolutamente probada. Correlaciona entre 0,7 y 0,9 con miradas amplias como el Índice de Desarrollo Humano. Esto no debe extrañar. El aumento de ingresos tiene efectos casi milagrosos: disminuye la pobreza, aumenta las expectativas de vida y mejora los niveles de educación. La gente puede comer y vestirse mejor. Trabaja menos horas y menos años. Toda la historia previa a la Revolución Industrial la existencia humana fue “un valle de lágrimas”: sufrimiento y miseria generalizada. En 1764 en Inglaterra ocurrió lo increíble: la “Spinning Jenny”, la primera máquina, fue capaz de producir telas a una velocidad equivalente a 8 personas. En vista de los asombrosos resultados, nuevas invenciones aparecieron por todos lados, aumentando exponencialmente la capacidad de producir. Hoy un inglés promedio recibe en 15 días los ingresos de un año de mediados del Siglo XVII. Así accedemos a un nivel de bienestar jamás experimentado por ninguna de las generaciones que nos antecedieron.
La Teoría del Decrecimiento, desarrollada a fines de los 60 por Nicholas Georgescu (que desertó del comunismo rumano, enseñó en Harvard y en Vanderbilt, fondeado por el magnate ferrocarrilero del mismo apellido) y el Club de Roma, plantea que el desarrollo inevitablemente trae desequilibrios inmanejables. Una visión catastrofista digna de Malthus, que predijo que la población crecería más rápido que los alimentos y moriríamos de hambre. La evidencia opera más bien en contrario. Los impactos ambientales primero crecen, pero luego caen a partir de cierto nivel de desarrollo: aparecen el alcantarillado, el manejo de residuos y basuras y las Energías Renovables No Convencionales. Así Suiza, que es rico, es más limpio que India, que es pobre, en un ejemplo que sólo ilustra la regla general. Sería importante también que los constituyentes se informaran que el satanizado mercado ha generado un movimiento inédito en aras de la sustentabilidad. El total de activos ESG, orientados al financiamiento de empresas y proyectos social y ambientalmente sostenibles, asciende a más de US$ 50 trillones a nivel global. 2 X respecto al 2016, representando más de 1/3 del total de AUM global, de acuerdo a Bloomberg. Es la tendencia global más grande en inversiones. No por nada Elon Musk es el hombre más rico del mundo
Además de desconocer el poder de la tecnología y la capacidad de adaptación del género humano, la Teoría del Decrecimiento merece un enorme reparo moral. Es fácil plantear ideas como estas desde la comodidad de la academia y los bares de Noruega o Ñuñoa. El crecimiento es la única herramienta probada para erradicar la pobreza. Y en Chile aún quedan 2 millones de pobres que no pueden esperar.
Así, el crecimiento vigoroso es un imperativo. Hacerlo en forma sustentable, cuidando el medioambiente y los seres vivos es otro. Una combinación virtuosa y posible. Lo que los países modernos, optimistas, abiertos al mundo y a las nuevas tecnologías deben buscar. Chile tiene una oportunidad histórica de concretar esa visión con el cobre y el hidrógeno verde, el litio y las ERNC. Ojalá la Convención guarde las ideas añejas, empobrecedoras y abajistas en un cajón con candado y dé a nuestro país la posibilidad de abrazar un futuro luminoso. Nunca antes lo tuvimos tan a mano.
- El autor es empresario y panelista de Información Privilegiada