Protegiendo las capacidades humanas durante la pandemia
"Aunque es difícil comparar, dadas las diferentes realidades y tecnologías (la deserción escolar entonces era más frecuente y no existían medios para clases remotas), hay evidencia de que las pandemias generan brechas".
Si usted tiene hijos nacidos entre 2015 y 2018, puede tener razones para estar preocupado. La razón se encuentra en las investigaciones del premio Nobel de economía James Heckman, quien ha advertido lo relevante que es invertir en una buena educación de los niños de entre 3 y 5 años. Debido a las cuarentenas, los nacidos entre esas fechas no habrán podido asistir a clases como sus predecesores o quienes les seguirán.
En esa etapa se da la oportunidad de lograr los cambios más significativos invirtiendo en educación, dado que neurológicamente nuestro cerebro es más plástico para aprender cosas difíciles como, por ejemplo, el manejo del lenguaje. Es también cuando adquirimos nuestras habilidades cognitivas y de personalidad como la atención, la motivación, el autocontrol y la sociabilidad. En resumen, es en esa edad temprana cuando se siembra la semilla de quienes seremos. Si ésta no se riega abundantemente en ese momento, la carrera partirá con hándicap, y el abono posterior no podrá reemplazar lo no desarrollado.
El mundo ya pasó por una experiencia parecida a la actual con la gripe española, que se calcula mató a 50 millones de seres humanos hace 100 años. Aunque es difícil comparar, dadas las diferentes realidades y tecnologías (la deserción escolar entonces era más frecuente y no existían medios para clases remotas), hay evidencia de que las pandemias generan brechas. Uno de los trabajos más citados al respecto es el de Douglas Almond, de la Universidad de Columbia, que estableció que incluso las cohortes de personas “in utero” durante aquella pandemia lograron menores rendimientos académicos e ingresos, y tasas más altas de inhabilidades físicas que sus antecesores y sucesores.
Cuando recién empezaba la actual pandemia, todos teníamos claro que la primera reacción era optar por la estrategia de “Distanciamiento Social a Gran Escala” (LSSD, por su sigla del inglés), pero también sabíamos que ésta debía migrar a lo que se llama “Pesquisar, Testear, Seguir y Cuarentenar” (STTQ).
El significado de cuarentena, que implica aislar temporalmente por razones sanitarias, debe ir evolucionando a una práctica más selectiva, dejando de asumir que movilidad y distanciamiento siguen estando igual de correlacionados. El mejor entendimiento que hoy tenemos de la forma en que se propaga el virus debiera permitirnos incorporar actividades críticas que hoy permanecen cerradas. La primera debiera ser la educación preescolar presencial, como ya ocurre en otras partes del mundo en similar condición, como en Florida, EE.UU.
Las últimas cifras de la RM muestran que, tras un mes de cuarentena, solo algunas comunas tienen menos casos activos que cuando partió. La mayoría de ellas son del sector oriente. Para explicarlo uno podría aventurar distintas hipótesis, como que para la gente de esa zona es más fácil desarrollar el teletrabajo y prescindir del transporte público. Para el resto, la cuarentena es mucho más dura. Es decir, pareciera que, como está diseñada, nuestra cuarentena hoy destruye más capital humano en los sectores donde es más escaso, haciéndonos retroceder en la batalla por menor pobreza y más igualdad.
El confinamiento debiera ir evolucionando y mejorando su capacidad de bajar contagios con cada vez menos restricciones, y no al revés. Debiera ir disminuyendo sus efectos secundarios negativos sobre el capital humano de las personas. Ello requiere no solo anclarse en los criterios sanitarios de la pandemia, sino incorporar, además, otros objetivos en un cuadro de mando integral (“balanced scorecard”) más amplio. En jerga corporativa moderna, hay que preocuparse de muchos “stakeholders”: preescolares, trabajadores informales, mujeres, temas de salud mental, de esparcimiento, deportes, etc. Porque, así como un deportista de elite o un piloto de aerolínea no pueden regresar al trabajo luego de estar más de un año parados, tampoco los preescolares podrán retomar su ritmo y nivel de aprendizaje. Es hora de ir a su rescate.
* El autor es gerente general de Quiñenco