Resiliencia corporativa y respuestas monetarias/fiscales durante la pandemia.
Ante el colapso de los mercados, es estratégicamente importante para una empresa ser percibida como resiliente para mantener la confianza de los inversionistas, y asegurar las líneas de financiamiento que permitan proteger su solvencia una vez pasada la crisis
El brote del Covid-19, que ha contagiado a casi 4,9 millones de personas en el mundo, ciertamente descolocó a la gran mayoría de los participantes de mercado. Durante enero de 2020, en su Reporte de Riesgos Globales, el FMI listó y clasificó en términos de probabilidad e impacto más de treinta riesgos que podrían enfrentar los mercados durante los próximos 10 años. Entre los riesgos con mayor probabilidad de materializarse, se mencionaron riesgos relacionados con el clima, la tecnología, y burbujas financieras. En términos de impacto, “Enfermedades Infecciosas” se encontraba apenas en el número 10. Sin embargo, era muy difícil prever el escenario que se gatillaría durante los próximos meses y el impacto que este tendría sobre los distintos mercados.
El 11 de marzo la OMS caracterizó un reciente brote de coronavirus como una pandemia, y a medida que los contagios fueron aumentando en los distintos países, los riesgos sobre la salud de las personas y la actividad económica se fueron haciendo más evidentes. La mayor parte de los países del mundo se vieron forzados a implementar medidas de contención o cuarentenas, paralizando las actividades comerciales. La economía global se contrajo de manera abrupta, las cadenas de suministro global se vieron severamente impactadas, y los niveles de solvencia de las empresas se deterioraron al igual que las condiciones laborales de muchas personas. La pandemia muy probablemente empujará a la economía global a una recesión, y autoridades fiscales y monetarias han respondido implementando políticas expansivas coordinadas a nivel global sin precedentes.
Pese al alto grado de incertidumbre actual, las reacciones que se han observado hasta el momento en los mercados financieros son particularmente interesantes de analizar, dado que capturan de alguna manera las expectativas de los participantes frente a los riesgos. En un artículo publicado por el Swiss Finance Institute, se analizan los comportamientos del mercado durante tres etapas del desarrollo de la pandemia: Incubación (del 2 al 17 de enero), Brote (del 20 de enero al 21 de febrero), y Fiebre o Proliferación (24 de febrero hasta fines de marzo). En sus primeras etapas de Incubación y Brote, las empresas con mayor exposición al sector energético, comercio internacional y China fueron las más perjudicadas. Las valorizaciones transparentaban temores de los inversionistas respecto al efecto que podrían tener las medidas implementadas sobre las cadenas de suministros globales. Sin embargo empresas menos expuestas, en sectores como Telecom, Alimentos, Servicios Públicos Biotecnología y Farmacias tuvieron rendimientos neutrales o positivos, reflejando aún valorizaciones consistentes con los fundamentos de cada sector.
Esta heterogeneidad en los rendimientos de los activos fue rápidamente interrumpida durante la última etapa de la expansión de contagios, y la crisis económica —inicialmente atribuida a una estrechez en el sector comercial y energético— se fue transformando en una potencial crisis sistémica de liquidez y contracción de crédito, que empezó a poner en riesgo las perspectivas de solvencia de un gran número de empresas y entidades financieras. Este cambio tuvo su origen en la preocupación respecto a una caída sostenida de las ventas e ingresos a nivel generalizado en la economía, ante las medidas sanitarias requeridas para desacelerar los contagios.
Al estresar los indicadores de liquidez frente a este escenario, se estima que alrededor del 10% de las empresas podrían volverse ilíquidas en menos de seis meses, mientras que la empresa promedio agotaría su capital de trabajo en dos años, lo que implicaría aumentar, en promedio, sus niveles de endeudamiento en ocho veces. El precio de los activos rápidamente reflejó el temor de los inversionistas, y descontó los riesgos asociados a los niveles de endeudamiento y liquidez en todos los sectores de la economía. Esta caída se vio exacerbada por presiones de ventas sincronizadas en los activos, ante las mismas necesidades de liquidez en las empresas y las personas, donde activos de renta variable e instrumentos de crédito se desplomaron en magnitudes comparables con la última Crisis Financiera Global del 2008.
Las reacciones de los distintos bancos centrales no se hicieron esperar, y consistente con las señales de alerta en los mercados, decidieron implementar políticas expansivas de manera agresiva y coordinada, de las que no se tienen mayores precedentes. Durante marzo, la Fed decidió recortar su tasa de política monetaria nuevamente a su rango mínimo, acción que fue replicada por la gran mayoría de las autoridades monetarias en el mundo. Adicionalmente, aseguró líneas de liquidez en dólares con varios bancos centrales, a la vez que anunciaba la reanudación sin límites de su programa de compra de activos. De igual manera en Chile el Banco Central redujo su TPM al mínimo técnico de 0,5%, e implementó una serie de medidas de financiamiento a los bancos y programas de compra de activos. La acción coordinada de los bancos centrales pareció revertir en parte la estrechez en las condiciones financieras, facilitando un ambiente en el que el crédito pueda fluir y la economía se mantenga solvente.
Las respuestas fiscales fueron igualmente agresivas, y además de aumentar significativamente el gasto público —en detrimento de sus cuentas públicas y endeudamiento—las medidas también se han enfocada a fortalecer la solvencia corporativa a partir de aplazamientos tributarios y entregando soporte al crédito.
Ciertamente las presiones inflacionarias a nivel global se han mantenido contenidas ante una menor demanda agregada y precios bajos en las energías. Menores déficits de cuenta corriente —en comparación a crisis anteriores— dejan mejor parados a países emergentes, con mayores niveles de reservas internacionales y facilidades de liquidez en dólares de la Fed, lo que ha permitido una mayor expansividad monetaria con menores riesgos de salidas de capital. Los activos financieros han revertido de igual forma parte las caídas, y la volatilidad ha ido cayendo poco a poco; los temores ante una potencial crisis sistémica de liquidez y crédito parecieran haberse atenuado temporalmente. Sin embargo, el impacto económico a futuro del Covid-19 es aún incierto, dado que involucra muchas variables desconocidas, tales como la evolución de las tasas de contagio y mortalidad del virus, la respuesta de la economía frente las políticas de estímulo, y/o como se comportarán los individuos en los distintos países frente a esta situación.
La actividad se mantiene aún paralizada, y las autoridades necesitarán espacio para reaccionar a medida que se disipen las incertidumbres. Ante el colapso de los mercados, es estratégicamente importante para una empresa ser percibida como resiliente para mantener la confianza de los inversionistas, y asegurar las líneas de financiamiento que permitan proteger su solvencia una vez pasada la crisis. Esta resiliencia es igualmente importante para las autoridades fiscales y monetarias, cuyo papel será clave para facilitar una eventual recuperación de la recesión.
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