Ser y parecer

Cámara de Diputados
FOTO: LEONARDO RUBILAR CHANDIA/AGENCIAUNO

“No solo hay que serlo, sino también parecerlo” es una expresión común en Chile. Es bueno reflexionar lo que refleja sobre nosotros y sus implicancias. A primera vista, pareciera razonable: cuán difícil podría ser “parecerlo”, si - en realidad - se “es”. Pero analizándola, se revelan síntomas y problemas cada vez más visibles en el último tiempo. El primero es que subyace una desconfianza interpersonal profunda. En Chile, menos de uno de cada cinco personas considera que se puede confiar en las demás personas, lejos de los niveles de las democracias más consolidadas, en las cuales más de la mitad lo hace (ISSP 2018). Este nivel de confianza interpersonal es bajo, y lo ha sido por varias décadas (CEP 1998, 2008). Esto no es menor, la confianza interpersonal es clave para asegurar la cooperación, tanto política, económica como social (Gibson, 2001; Keefer and Knack, 1997)

Un segundo síntoma que se revela es que hay una forma de actuar, de parecer, que permite juzgar si se “es” o no se “es”. Este monitoreo del otro también corre el riesgo de llegar a límites absurdos cuando, en un clima de desconfianza, alguien o alguna institución se erige como juez. Aparecen los zelotes, los puristas que determinan lo que se puede o no se puede hacer para parecer, que ya se convierte en lo mismo que ser. Se borran los matices, se pierden las complejidades, el mundo se divide entre los que son (parecen) y los que no son (no parecen). Y ante el temor de no parecerlo, se vuelve tentador acusar al otro de no serlo. La historia está llena de ejemplos tristes, siendo la Inquisición uno de los más aterradores. Cuando no se permiten explicaciones ni variaciones, cuando ya no existe el beneficio de la duda, se termina por restringir la libertad.

En las democracias representativas la confianza juega un rol fundamental. El sistema de pesos y contrapesos genera confianza al limitar el potencial abuso de cada uno de los poderes del Estado. Asimismo, la democracia y sus instituciones fundamentales requieren tanto de confianza en ellas como interpersonal para funcionar (Norris, 2011). En este aspecto, Chile también muestra niveles preocupantes de desconfianza, sobre todo, por cuanto ésta se ha desplomado en los últimos años. En 2019, solo un 24% confía en la FF.AA., solo un 17% confía en Carabineros, un 5% en el gobierno, un 3% en el Congreso y un 2% en los partidos políticos (CEP2019).

Dentro del sistema de pesos y contrapesos, el rol fiscalizador del Congreso es fundamental: bien empleado, tiene un efecto virtuoso sobre la confianza institucional. Pero dentro de su tarea de fiscalización, el “investigar” no puede simplemente reemplazarse por “acusar”: la (eventual) acusación es el paso final de un proceso de investigar, siempre y cuando se haya demostrado el abuso. En el actual clima de desconfianza debiera cuidarse más que nunca esa distinción, aunque los incentivos sean justamente los contrarios. Hemos visto ejemplos a nivel transversal dentro del espectro político. Quizás uno de los casos más paradigmáticos del último tiempo ha sido la amenaza de acusación constitucional contra el ministro de Hacienda por la solicitud de información sobre quienes hicieron el primer retiro del 10%. De una inquietud perfectamente razonable -qué se quiere hacer con esa información- se pasó de inmediato a una acusación saltándose cualquier posibilidad de descargo previa. Así también lo vemos en la acusación contra la defensora de la Niñez por el video de la polémica. Lo que es una inquietud o queja razonable se convierte rápidamente en juicio sumario.

Recuperar la confianza es extremadamente difícil, requiere de tiempo y cambios profundos. Ad portas de una convención constituyente valdría la pena repensar el funcionamiento y dinámicas de nuestras instituciones a la luz de sus efectos en la confianza. Pero también, abandonar de una vez la obsesión por el “parecer”.

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