Sin dedos para el piano
Durante décadas el progreso relativo que tuvo Chile en los ámbitos económicos y sociales surgió, en buena medida, por el espacio que se ganaron técnicos de distintas disciplinas y líneas de pensamiento en el diseño e implementación de políticas públicas.
Siempre he tenido ganas de tocar piano, pero nunca me he dado el tiempo de tomar clases ni practicarlo. Aunque me encanta la música, tengo claro que -sin técnica- un eventual concierto mío sería un desastre.
Hace unos días se publicó el Índice de Desarrollo Humano, que considera una serie de indicadores económicos, de educación, salud y muchos otros, para medir el avance en la calidad de vida de las personas. En esta última lectura Chile se ubica 43 entre 189 naciones, manteniendo su liderazgo en América Latina.
Más allá del contraste con otros países, lo sobresaliente en este caso ha sido el avance en relación a sí mismo. ¿Cómo es posible que un país que desde sus orígenes fue pobre se ubique en un “nivel muy alto” en esta medición? Es evidente que la respuesta no puede circunscribirse solo al tremendo salto que ha habido en materia económica. Porque es cierto que el PIB per cápita creció desde los US$9.591 a paridad de poder de compra (PPC) en 1990 hasta los US$24.040 PPC en 2019, pero también hubo mejoras significativas en la esperanza de vida, en la cobertura de la educación, entre muchos otros, y reducción en mortalidad infantil, malnutrición y analfabetismo por nombrar solo algunos.
En todas estas áreas, los avances -aunque insuficientes en la opinión de algunos- se materializaron escuchando la opinión de expertos que ilustraron la discusión pública y mejoraron el debate. Durante décadas el progreso relativo que tuvo Chile en los ámbitos económicos y sociales surgió, en buena medida, por el espacio que se ganaron técnicos de distintas disciplinas y líneas de pensamiento en el diseño e implementación de políticas públicas.
Es preocupante que en el último tiempo su opinión no sea considerada. Avanzan diversas iniciativas que buscan resolver problemas complejos con soluciones simplistas que crean dificultades indeseadas. Sus defensores destacan sus efectos de corto plazo -que pueden ser incluso positivos-, pero pasan por alto los efectos secundarios o de largo plazo, que en la mayoría de las iniciativas “populares” terminarán siendo muy nocivos. Entre estas están los sucesivos retiros universales de los fondos de pensiones, la postergación obligatoria del pago de créditos, la prohibición de corte de servicios básicos, la prohibición de descuentos asociados a un medio de pago, la suspensión de los embargos, la sobrerregulación de la cobranza extrajudicial, entre múltiples iniciativas. Aunque muchas de ellas son bienintencionadas, sus efectos negativos de largo plazo terminan superando con creces los eventuales beneficios temporales.
El relativo avance que ha tenido el país en materia económica y social se ha logrado considerando la opinión de los técnicos. Sin ellos, el marco regulatorio que diseñemos podría ser parecido al concierto de un amateur que no tiene dedos para el piano.
-El autor es economista
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