Sombrío panorama económico para 2023
El que Chile sea la única economía de la región que tendrá una caída del producto ilustra que el declive responde principalmente a razones internas, sin que se observe por ahora un ánimo de corregir este rumbo.
Las recientes estimaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) para la economía chilena son elocuentes: considerando el conjunto del continente americano, nuestro país será en 2023 el de peor desempeño en cuanto a crecimiento, previéndose que el producto caerá 1%.
Será ciertamente un sitial muy poco honroso, pues de acuerdo con las estimaciones del Fondo ninguna de las economías relevantes del continente estará con tasas de crecimiento en rojo. Varias tendrán una expansión moderada, como Estados Unidos, México y Canadá, que crecerán algo más de 1%, mientras que Brasil lo hará en 1%. Argentina y Perú, por su parte, crecerían en torno al 2%, y sorprendentemente Venezuela lo hará en 6,5%, si bien seguirá siendo una de las naciones con mayor tasa de inflación en el mundo. El Caribe, en tanto, registrará en promedio un crecimiento sobre el 7%.
Estos números ilustran que la economía chilena estará muy por debajo de su entorno regional, continental y también en relación con el promedio global, que de acuerdo con el FMI se expandiría 2,7%. Esta realidad dista mucho de lo que Chile solía exhibir en cuanto a su desempeño económico, donde por décadas se mantuvo entre los países de la región con mayores tasas de crecimiento, y fue un ejemplo en cuanto a la impecabilidad de su manejo macroeconómico así como de su capacidad para atraer inversiones, ahora peligrosamente estancada.
El debilitamiento del crecimiento se arrastra desde hace ya algunos años -la exuberante tasa de 11,7% en 2021 ha de considerarse como un paréntesis, considerando la bajísima base de comparación de 2020, y el shock de liquidez que implicaron los retiros de fondos de pensiones así como las cuantiosas ayudas estatales-, pero en el último tiempo se ha venido acentuando, al punto que el producto potencial se estima que no superará el 2%, un rendimiento que está muy lejos de lo que se requiere para financiar políticas sociales cada vez más exigentes y lograr que más personas abandonen la pobreza, variable que en Chile aumentó con ocasión de la pandemia.
Sectores del oficialismo han intentado justificar el débil momento de nuestra economía por las adversas condiciones de la economía internacional. Ello desde luego es una variable que no pude ignorarse -el entorno se vuelve cada vez más exigente, por el alza de insumos básicos, o la guerra en Ucrania-, pero lo cierto es que el resto de los países de la región también han de lidiar con ello, y sin embargo no se verán impactados de la misma manera. Así, empieza a quedar más claro que nuestras alicaídas cifras responden sobre todo a la situación interna, en que gradual pero persistentemente se han ido creando condiciones adversas para la inversión, con marcos regulatorios cada vez más impredecibles, creciente aumento de costos -tanto en materia laboral como tributaria- y con preocupantes visiones populistas en la clase política muy alejadas de la sensatez que durante décadas prevaleció en las políticas públicas. Ilustrativo de esto es la pertinacia del gobierno respecto del TPP11, el cual, a pesar de haber sido aprobado por el Congreso, se insiste en dilatar su ratificación pese a sus indudables beneficios.
En momentos en que el país se encamina hacia una recesión prolongada es urgente recuperar los motores del crecimiento, pero a juzgar por las erráticas señales que se han dado con el TPP11, o el que se insista en seguir adelante con reformas tan adversas para este momento, como es el caso de la reforma tributaria, hay serias dudas de que el gobierno haya aquilatado esta urgencia.
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