Temporada de propuestas
Las recientes propuestas en Chile sobre participación de los trabajadores en las utilidades y en las decisiones estratégicas de las empresas, de los diputados Tucapel Jiménez y Gabriel Boric, respectivamente, son extensiones más radicales de esta corriente. Ambas buscan transferir por imposición legal buena parte de los frutos y derechos desde el capital al trabajo, sin considerar el impacto que esto tendría sobre el propio capital y el trabajo.
Hace 50 años, Milton Friedman escribió un polémico artículo donde afirmaba que el principal objetivo de la empresa era generar beneficio para sus accionistas, respetando las reglas del juego y la libre competencia. Esta visión, que proponía una solución al problema de agencia que surge por la separación de la propiedad y el control, ha sido desafiada; primero, por el concepto de responsabilidad social de la empresa, y, más recientemente, por la creación de un nuevo paradigma al alero del Business Rountable, el World Economic Forum, y profesionales como Martin Lipton o Colin Mayer.
Ante este debate, la empresa parece distanciarse de sus dueños, los accionistas, para comenzar una peregrinación con un alma propia. Hoy, compañías de todo el mundo no solo asumen el desafío voluntario de ser sustentables, considerando el interés de sus stakeholders, sino también enfrentan una tendencia creciente de las autoridades por dictar normas para exigirles nuevas obligaciones, como la de una repartición “más justa” de la prosperidad que producen.
Las recientes propuestas en Chile sobre participación de los trabajadores en las utilidades y en las decisiones estratégicas de las empresas, de los diputados Tucapel Jiménez y Gabriel Boric, respectivamente, son extensiones más radicales de esta corriente. Ambas buscan transferir por imposición legal buena parte de los frutos y derechos desde el capital al trabajo, sin considerar el impacto que esto tendría sobre el propio capital y el trabajo.
De aprobarse la primera propuesta, se destinaría a los trabajadores un 30% de las utilidades líquidas de una empresa, en la parte que excedan de un 10% del capital propio. Hoy, la utilidad se reparte en forma prácticamente igualitaria entre el Fisco y los accionistas (49,45% y 50,55%), absorbiendo estos últimos el 100% de las pérdidas cuando el negocio sale mal, junto con la responsabilidad de refinanciar las inversiones. Con el proyecto, las empresas de mayor rentabilidad sobre patrimonio y el Fisco, en partes iguales, terminarían absorbiendo un costo muy significativo. Los accionistas perderán un porcentaje de la utilidad líquida y el Fisco, una parte de los impuestos que recauda. Entonces, para recuperar el costo del capital, los precios de los productos deberían subir o las remuneraciones bajar; y para que el Fisco mantenga su recaudación, tendría que subir las tasas de impuesto, lo que podría ser insuficiente, dado que, al aumentar el riesgo financiero de los proyectos, la actividad empresarial podría reducirse o concentrarse en manos de quienes pueden asumir más riesgo.
La segunda propuesta, que establece una participación equivalente entre trabajadores y accionistas en el directorio, olvida que el accionista tiene el control de las decisiones estratégicas porque su pago es residual y riesgoso, y no fijo y preferente, como el de los colaboradores. Además, en un directorio se deben resolver en forma expedita los desacuerdos, lo que difícilmente ocurrirá si los dos tienen igual representación. En el caso alemán, que se ha citado como ejemplo sin mucha precisión, la situación es muy distinta: el directorio que integran los trabajadores es un consejo asesor o supervisor, cuyo presidente, que es elegido por los accionistas, tiene el voto dirimente. El principal rol de ese consejo es elegir un directorio ejecutivo, que es el que administra la compañía.
Si bien ninguna de las dos propuestas es un golpe de originalidad copernicana, cuesta encontrar mercados donde se apliquen de buena forma. Su problema es que olvidan que la fundación de una empresa busca algo mucho más simple: la realización personal de su emprendedor en un ejercicio de creación libre, donde el desarrollo, más que un objetivo, es una consecuencia. Es en el resultado de que muchos emprendedores simultáneamente busquen ganarse la validación de los consumidores, en competencia, donde se produce la innovación y el desarrollo.
Al margen del destino que tengan las propuestas, los temas han quedado sobre la mesa. En eso consiste la astucia de quienes conviven en una carrera de ideas populares, plagadas de buenas intenciones, más allá de si sus planteamientos pueden o no conseguir buenos resultados.
La pregunta de fondo, en este caso, es otra. ¿Cómo pueden participar más los colaboradores del éxito de las empresas? Con mayor remuneración variable, dependiente de metas y resultados y, sobre todo, dejando espacio a la proactividad voluntaria de las compañías, para que avancen libremente por ese u otro camino en función de sus posibilidades; y sin imposiciones legales que frenen su actividad, la inversión, la creatividad y el emprendimiento.
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