“Turbazos” y robos a cajeros automáticos
El aumento de este tipo de delitos en el último tiempo incrementa la inseguridad ciudadana y refuerza la necesidad de contar con una agenda antidelincuencia mucho más robusta.
El clima de inseguridad que vive el país se ha visto potenciado en el último tiempo a raíz de una ola de “turbazos” -que han tendido a concentrarse en domicilios particulares- así como asaltos a cajeros automáticos mediante detonaciones. Si bien ninguno de estos fenómenos es inédito, la frecuencia con que últimamente se están registrando ha comenzado a encender las alarmas, una señal más de que la delincuencia está lejos de haber sido contenida.
Los “turbazos” han resultado especialmente inquietantes, porque el patrón observado hasta el momento consiste en grupos de jóvenes delincuentes que asaltan un domicilio particular, generalmente habitado por personas de la tercera edad. Se advierte que se trata de hogares previamente estudiados, donde previsiblemente las víctimas opondrán menos resistencia. De acuerdo con lo informado por este medio, en lo que va del año se han registrado nueve asaltos de este tipo, una cifra que podría parecer relativamente baja considerando que este tipo de robos había registrado números más altos en el pasado, como por ejemplo en 2020, cuando hubo 19 casos, pero ciertamente su grado de conmoción resulta aún mayor, atendido el contexto en que nos encontramos.
Penalmente no hay una tipificación específica, pero la Fiscalía lo ha caracterizado como un robo en lugar habitado, con violencia, y con la participación de cinco o más sujetos. Independientemente de sus alcances penales, lo cierto es que los “turbazos” fueron un tipo de acción que en general estaba asociado a asaltar establecimientos comerciales; en estas semanas incluso se han visto actos de este tipo en plena vía pública -con resultado de muerte-, lo que además de exponer a las víctimas a una situación traumática, reviste un grave riesgo para las personas y ahonda la sensación de impotencia de la ciudadanía. En medio de todo esto se han producido reacciones inconcebibles por parte de la autoridad, tal como sucedió a propósito de dos “turbazos” que afectaron a una farmacia en la comuna de La Cisterna, donde la Dirección del Trabajo instruyó -como forma de proteger a los trabajadores- el cierre temporal del establecimiento, trasladando la responsabilidad de la seguridad y el orden público a los privados.
Por su parte, los asaltos a cajeros automáticos, que en los últimos años habían reducido su frecuencia, han vuelto a reactivarse, mediante métodos altamente destructivos. Los robos a estos dispensadores no han alcanzado por ahora los niveles que se observaban hace más de una década, pero el súbito repunte también debe ser motivo de preocupación. Desde luego, el asalto a cajeros proporciona una gran cantidad de dinero en efectivo en un solo evento -ante lo que cabe preguntarse cuál es el destino de dichos recursos-, y por lo general se trata de bandas muy violentas, cuya presencia reviste un enorme peligro para la población. Hay un efecto adicional, porque en la medida que se multipliquen los asaltos a estos dispensadores la banca deberá invertir más para reforzar su seguridad, lo que podría llevar a que siga disminuyendo el número de cajeros a lo largo del país.
Los “turbazos” y los robos a cajeros automáticos se suman al conjunto de graves delitos que agobian la vida de los ciudadanos y que explican por qué la inseguridad se ha vuelto la principal preocupación del país, lo que refuerza la necesidad de contar con una agenda mucho más robusta en materia antidelincuencia.
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