Un controvertido “relato” de la ciudad de Santiago
Cuesta entender por qué el Ministerio de las Culturas optó por un relato de conflictividad social y política como eje de nuestra participación en la Feria del Libro de Buenos Aires, opacando la riqueza literaria que ofrece el país.
Santiago será la ciudad invitada de honor en la versión 2023 de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires (Filba), una vitrina que resultaría inmejorable para dar a conocer lo mejor de la producción literaria nacional, considerando que dicha feria es la más grande de su tipo en el Cono Sur. Sin embargo, inexplicablemente el Ministerio de las Culturas -a cargo de la coordinación del proceso- ha hecho una convocatoria muy poco participativa. Alentó el diseño de un “relato” muy lejano a lo que se habría esperado para este foro, además de escasa transparencia en cuanto a los criterios para la selección de invitados. Así, lo que debería haber sido un proceso que movilizara entusiastamente al mundo literario y cultural, se está transformando en un episodio de fragmentación y que puede llevar a desperdiciar la oportunidad que representa Filba.
Nuestro país ha sido en numerosas oportunidades invitado de honor en ferias de libro internacionales -es el caso, por ejemplo, de Guadalajara, la mayor de su tipo en Iberoamérica- o bien ha buscado tener presencia activa en destacados espacios, como la Feria del Libro de Frankfurt. En todas estas instancias el motivo central ha sido mostrar la riqueza literaria del país o profundizar en ciertas temáticas o en determinados autores, cuidando que las delegaciones fueran muy representativas. Por eso sorprende tanto que en esta oportunidad se haya optado por centrarse en temáticas que, sin perjuicio de su importancia intrínseca, muestran la imagen de una ciudad altamente polarizada y cruzada por los conflictos, visión que en sí ya resulta controversial.
Entre otros aspectos, se da cuenta que Santiago es una ciudad de tensiones y contrastes, de cicatrices históricas y heridas abiertas, una donde la periferia y el barrio alto se rozan, donde el capitalismo heredado de la dictadura transformó el paisaje, levantó malls y enormes edificios y donde, a 50 años de su muerte, aún resuena el último discurso del “excompañero Presidente Salvador Allende”, lo que conforma parte del “relato” que acompañará la presentación chilena. Las dinámicas de tensión entre la periferia y el barrio alto; el Santiago “champurria”, donde se expresa la identidad de los habitantes de origen mapuche, o “el Santiago desde otros territorios” (la mirada desde las provincias) son algunos de los ejes tratados, a los que también se suma el “Santiago del estallido”.
La idea detrás de esa propuesta es mostrar que Santiago contiene múltiples ciudades disruptivas, y si bien resulta legítimo que algunos sectores tengan esta visión de la sociedad, cabe preguntarse si centrarse en el conflicto social era la mejor forma de abordar el “Santiago literario”, sobre todo considerando que en el último tiempo han emergido un sinnúmero de nuevos autores y temáticas que hablan de una activa producción en el campo de las letras. Es el caso del auge de la literatura infantil o la novela gráfica; el feminismo y la inmigración son otras temáticas que también han comenzado a poblar la escena literaria, todo lo cual lamentablemente se pone en segundo plano frente a un relato cuyo acento es la conflictividad.
Pero además de este sesgo, llama la atención que en esta oportunidad al parecer tampoco existió mayor interés en hacer de la construcción del “relato” un proceso participativo -ni reconocidos escritores ni los gremios que conforman el ecosistema del libro jugaron un rol-, y las invitaciones que hasta aquí ha cursado el Ministerio para ser parte de la delegación chilena en general se han centrado en escritores o personalidades muy identificados con los lineamientos contenidos en el relato oficial. Como apuntaba en una columna Pablo Dittborn, actual miembro del Consejo Nacional de la Cultura y ex editor, ninguna de las cuatro asociaciones gremiales que reúnen a la gran mayoría de los autores chilenos “fueron convocadas para la elaboración del programa de invitados o actividades”. Esto claramente le resta diversidad de puntos de vista a materias de suyo controvertidas, en donde si la idea era generar debates en torno a dichas materias, poniendo en contraste distintos puntos de vista, con tal homogeneidad de visiones es difícil que ello se produzca. Esto incluso fue alertado por el propio poeta que designó el Ministerio para el diseño del relato, el cual declaró a este medio que su idea era mostrar una ciudad en disputa, “pero con autores que piensan lo mismo se crea un Santiago ideológicamente homogéneo”, lo que a su juicio es decepcionante.
Es complejo que se pueda estar dando la impresión de que desde el gobierno lo que en realidad se buscaría con este proceder es apagar los disensos en temas políticos que dividen fuertemente a la sociedad y en cierto modo tratar de imponer una determinada visión al respecto. Algo así naturalmente se asemejaría a una suerte de dirigismo cultural, lo que es totalmente contrario a la noción misma de la cultura, que por esencia debe ser un espacio abierto a la pluralidad, el disenso y el espíritu creativo. Sería una señal positiva por lo tanto que el Ministerio de las Culturas rectificara la forma en que ha conducido este proceso, haciéndolo por de pronto más participativo y alejando cualquier atisbo de ideologismo en las políticas culturales. Todavía es tiempo de recuperar el verdadero relato que debería inspirar nuestra participación en Filba.
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