Un día trascendente para el futuro del país
A pesar de la entendible desafección de muchos con el proceso constituyente, y del bochornoso clima de desinformación que imperó en esta campaña, cabe no perder de vista que hoy estamos decidiendo sobre la Constitución de Chile, y de allí la relevancia de manifestarse a través del voto.
Hoy será la quinta vez que los chilenos, en un plazo de cuatro años, deberemos concurrir a las urnas en el marco del ya extenuante proceso constituyente, que se inició en noviembre de 2019, con el Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución.
Cargamos ya con un proceso fallido, donde el texto propuesto por la ex Convención Constitucional fue abrumadoramente rechazado el año pasado, y ahora vamos por un nuevo intento, donde el país habrá de pronunciarse sobre la propuesta del Consejo Constitucional.
A diferencia de lo que se observó en el proceso anterior, esta vez el nuevo intento dista de haber despertado entusiasmo, siendo notoria la fatiga ciudadana con el tema constituyente. Esto por supuesto es comprensible, pues además de llevar demasiado tiempo debatiendo sobre un nuevo texto constitucional, la ciudadanía observa que las grandes preocupaciones que la aquejan -seguridad, pensiones, salud y empleo, entre otras- no logran ser destrabadas por el Ejecutivo y el Congreso, todo lo cual termina alimentando un sentimiento de animadversión hacia el proceso.
Es claro que no estamos llegando en las mejores condiciones a enfrentar esta jornada electoral, porque además de la fatiga electoral y la desafección, la información que en estos meses ha recibido la ciudadanía respecto de los contenidos constitucionales -algo fundamental para efectos de favorecer un voto lo más informado posible- ha sido en algunos casos deplorable, como ha ocurrido con la franja electoral, la que tal vez como nunca ha caído en grotescas desinformaciones y falsedades, desnaturalizando por completo lo que debería ser su propósito.
Por supuesto que, como toda campaña, es lícito que las opciones en contienda busquen apelar a las emociones y exageren las debilidades de la postura contraria, pero ello no puede hacerse a costa de buscar desinformar deliberadamente a la ciudadanía, sobre todo cuando esto ocurre dentro de la franja gratuita que contempla la ley electoral, porque entonces pierde su sentido de bien público y en los hechos termina convertida en una suerte de mecanismo para la manipulación.
Fue evidente que esta franja en nada recordó un debate propiamente constitucional -donde al tratarse de un texto era posible objetivar mejor las críticas y virtudes que se buscaban resaltar-, y en cambio se asimiló a las mismas lógicas de un programa de gobierno. Por su parte, la tibia campaña comunicacional que esta vez desplegó el gobierno -muy distinto a lo que se observó en el anterior proceso-, con escasa difusión de contenidos, tampoco favoreció que los ciudadanos se vieran motivados a involucrarse más con el proceso.
Todo esto obliga a replantearse la forma en que se están llevando a cabo las campañas electorales y el uso que se le da a la franja gratuita, donde cabe evaluar mecanismos que velen porque se mantengan ciertos estándares elementales de información y su objetivo no se desnaturalice. Tampoco cabe eludir la responsabilidad que en esta oportunidad les cupo a determinados líderes de opinión, considerando que se llegó al extremo de que la propia expresidenta Michelle Bachelet decidiera prestarse para difundir contenidos que abiertamente desinformaban, alejándose del rol ponderador que se espera de un exmandatario.
Ineludible resulta reconocer que los principales responsables de que estemos llegando a este proceso con altos niveles de confusión han sido las propias fuerzas políticas detrás de las campañas, que con honrosas excepciones no pudieron vencer la pulsión de transformar este espacio en una suerte de “todo vale”. Claramente no han sabido estar a la altura del momento -a lo que se suma el bochornoso espectáculo que dieron en el Congreso, tramitando esta misma semana un proyecto presentado a fines de agosto para que los centros comerciales pudieran abrir excepcionalmente en esta jornada electoral, lo que no prosperó-, porque siendo dichas fuerzas las que decidieron impulsar un nuevo proceso constituyente luego de que triunfara el Rechazo, bajo el convencimiento de que era imprescindible dotarse de un nuevo y mejor texto constitucional, una vez llegada la fase de buscar un debate de ideas y bien informado, se privilegió en cambio la guerrilla mediática.
Con todo, el cansancio y el clima de desinformación no deben hacer perder de vista la trascendencia de la presente jornada electoral, pues al fin y al cabo estamos decidiendo sobre la Constitución de Chile. La Carta Fundamental no debe ser entendida como la vía para resolver todos los problemas del país -eso es tarea de las leyes y las políticas públicas-, sino como las normas fundamentales bajo las cuales se ordenará nuestra institucionalidad, nuestros derechos y deberes como personas y el funcionamiento de la democracia. Por lo mismo, el voto que emitiremos resulta de particular relevancia, porque finalmente estamos definiendo el tipo de país en que viviremos en los próximos años; de allí la importancia de hacer un último esfuerzo y manifestarse con el voto.
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