Un golpe de realidad para el nuevo gobierno
La primera semana de la actual administración dejó claro que gobernar exige preparación y prudencia y que el exceso de voluntarismo puede tener graves consecuencias.
El actual Presidente de la República y virtualmente todos los ministros del equipo político se formaron en la lucha estudiantil. Las manifestaciones universitarias de 2011, durante el primer gobierno de Sebastián Piñera, los catapultaron a la primera línea del debate político. Desde las asambleas de la Confech saltaron en pocos años al hemiciclo de la Cámara de Diputados, donde consolidaron su ascenso político. Al contrario de otros líderes estudiantiles de la historia reciente, el recorrido desde las aulas universitarias hasta el centro del poder se concretó a una velocidad que tiene pocos precedentes. En una década, Gabriel Boric pasó de encabezar la federación de estudiantes de la Universidad de Chile a ser Presidente de la República.
Más allá de sus capacidades y las circunstancias que favorecieron ese ascenso, el hecho es que el tipo de experiencia acumulada en el trajín político es muy distinta a la de la mayoría de sus antecesores desde el retorno a la democracia. No solo es el Presidente más joven de la historia de Chile, sino también uno de los con menos horas de vuelo en la primera línea de la actividad pública. Desde su elección como diputado hasta su llegada a la Presidencia transcurrieron ocho años. Y ello puede extenderse a varios de los actuales miembros del comité político. Si bien eso genera un estilo de liderazgo distinto, más horizontal y, según algunos, más acorde con los tiempos, evidencia también una falta de experiencia que quedó de manifiesto en la primera semana de gobierno.
Como señalaba un columnista de este diario, es distinto pasar “desde la zona de confort de la crítica a lo que hicieron otros” al ejercicio y gestión efectiva del poder, cuando sus actuaciones son evaluadas por los resultados concretos y no por la popularidad de sus intervenciones. También lo es la forma de ejercer el poder en las asambleas universitarias y los debates estudiantiles, y la de hacerlo como Presidente de la República, cuando el espacio a la improvisación y las opiniones personales deben supeditarse siempre a las responsabilidades propias del cargo que se detenta. El Primer Mandatario no es solo el líder de un sector político, sino también el principal representante del Estado de Chile. Sus dichos y acciones están mediados por ello.
Pero lo anterior no puede ni debe ser excusa para el amateurismo y la falta de preparación observada en varios episodios durante los últimos días. Es cierto que el gobierno aún está en un periodo de ajuste y es de esperar que los ripios observados hasta ahora se vayan puliendo, pero el hecho es que las nuevas autoridades se enfrentaron de golpe con la realidad, dejando en evidencia imprevisión y desconocimiento de códigos fundamentales del ejercicio del poder. El caso más grave fue el de La Araucanía, donde un exceso de confianza y voluntarismo de la ministra del Interior y Seguridad Pública puso en riesgo no solo su vida y la de sus acompañantes, sino el cargo que detenta. Nunca antes en democracia un ministro de Estado había enfrentado un ataque similar.
Las declaraciones sobre los cardenales Francisco Javier Errázuriz y Ricardo Ezzati, así como el impasse con el Rey de España, dan cuenta también de cierto grado de desconocimiento de las responsabilidades propias del Presidente de la República. Es distinta la opinión personal que tenga el Mandatario sobre los cardenales Errázuriz y Ezzati y su rol en la crisis de abusos de la Iglesia Católica, a atribuirles una condena penal que en los hechos no existe y que es responsabilidad exclusiva de los tribunales de justicia. Actitudes como esas pueden terminar validando la grave y peligrosa lógica de las funas. El jefe de Estado debe actuar con prudencia y cuidar sus declaraciones, por los efectos que estas pueden tener.
Esa misma falta de prudencia se repitió en el caso de las declaraciones hechas durante un programa de televisión sobre la supuesta responsabilidad del rey Felipe VI en el atraso de la ceremonia de asunción presidencial. Un hecho que no solo no era efectivo, sino que terminó generando una incómoda situación diplomática, absolutamente evitable.
Equivocadas también son las afirmaciones hechas por algunos miembros del gobierno sobre “presos políticos”, al sugerir la existencia en el país de una realidad que no es tal. Todos quienes cumplen condena hoy en Chile lo hacen por decisión de los tribunales de justicia y por delitos tipificados en nuestro Código Penal, donde no hay ninguno que condene a las personas por sus ideas u opiniones políticas.
El golpe de realidad que recibió al nuevo gobierno deja en evidencia que el ejercicio del poder requiere preparación, prudencia y responsabilidad. El ajuste, a la luz de los sucesos de la semana, será difícil pero indispensable. Para poder avanzar no basta voluntarismo y entusiasmo, sino un delicado trabajo de negociación política y de búsqueda de acuerdos. En ese sentido, son positivas las señales dadas por los ministros de la Segpres y de Hacienda, que han mostrado una clara disposición a dialogar para llevar adelante la agenda del gobierno. La realidad de gobernar generalmente es menos épica de lo que se espera y mucho más compleja y tediosa.
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