Un renacer para la educación superior
Por Rafael Rosell Aiquel, Rector Universidad del Alba
Son dos años desde el momento en que las personas daban cuenta del fracaso del sistema político chileno, con demandas insatisfechas que no se supieron o no se quisieron procesar adecuadamente y quedaron sin respuesta para frustración de una gran parte del país. Esto se reflejó en la multitudinaria y pacífica manifestación social que unió a más de un millón de personas en las calles a lo largo del país el 25 de octubre de 2019. Las protestas de ese período no solo fueron representadas por la violencia -que como país perdimos un patrimonio nacional con la quema de la ex sede central de la Universidad del Alba (ex Pedro de Valdivia) que databa de 1915, dolorosa, incomprensible y triste para nuestra comunidad-, sino que también hemos visto la unión comunitaria que exigió las transformaciones necesarias para lograr un país con mayor equidad.
El panorama social nos obligó a transformarnos como institución educativa de manera inmediata y urgente. Para atender las exigencias de las circunstancias, que luego fueron más complejas debido a la pandemia del coronavirus, se necesitó del esfuerzo colectivo. La resiliencia de nuestros alumnos y profesores fue clave para este nuevo camino que significó un renacer para la institución y una nueva mirada para la educación superior en Chile en la construcción de un proyecto inclusivo, solidario y humano. Todas las instituciones de educación superior nos hemos enfrentado a la necesidad del cambio y debemos apurar su transición hacia la modernización no por el contexto, sino por los estudiantes; el corazón de la sociedad. El desafío es aún mayor al considerar que la brecha no solo es económica; también se da en el acceso a la infraestructura digital. Acortar esa brecha de desigualdad depende de adecuadas políticas públicas, pero mientras los políticos se ponen de acuerdo, la academia como parte de la sociedad civil organizada debe salir en forma solidaria a apoyar a su comunidad, ese es el mínimo ético, es también una forma de educar en civilidad. Entendemos que el fin de la universidad es servir al bien común mediante la enseñanza y la investigación, que si queremos llegar a forjar en nuestras aulas los líderes del mañana deberán enfrentar una sociedad donde impera la diversidad, por ello no bastan solo los méritos académicos. Con esta mirada, en nuestra universidad hemos desarrollado un proceso de selección que mide también otros factores (liderazgo, vocación, servicio etc.), pues una prueba estandarizada solo sirve como termómetro de la segregación social. Las clases mixtas o a distancia llegaron para quedarse, por ello la equidad en el acceso digital debe ser un derecho fundamental a consagrarse en la Constitución que se escribe.
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