Un resultado que trae amplios beneficios para el país

Chileans vote in a mandatory plebiscite to approve or reject the new Constitution

Luego de que la ciudadanía expresara con tanta contundencia su rechazo a la propuesta maximalista de la Convención, y que quiere cambios, pero en orden, el gobierno también debería hacerse eco de ello y girar hacia visiones más moderadas.



El abrumador resultado del plebiscito constitucional -donde la opción Rechazo se impuso con casi el 62% de los votos, versus el 38% que obtuvo el Apruebo, todo ello en el marco de una histórica participación electoral, que superó los 13 millones de votantes- supone un giro de enorme profundidad en el escenario político, cuyos efectos se extienden mucho más allá del hecho de que la inmensa mayoría del país haya rechazado el texto propuesto por la Convención Constitucional, apostando por un nuevo proceso constituyente.

Ciertamente el balance de la jornada batió todos los pronósticos que se manejaban en torno a esta elección. La gran mayoría de los estudios de opinión venían anunciando desde hace varios meses que el Rechazo era la opción dominante, pero nadie fue capaz de anticipar que la diferencia que separaría a ambas opciones terminaría siendo de casi 24 puntos. Tampoco estaba en los pronósticos que el Rechazo se impondría en todas las regiones del país; incluso en los bastiones del Apruebo, como las regiones Metropolitana y de Valparaíso, donde la diferencia en favor del Rechazo superó los diez puntos.

A partir de estos resultados, es inobjetable que la mayor parte del país ha rechazado en forma categórica el proyecto refundacional y maximalista que presentó la Convención Constitucional, fracaso que es responsabilidad directa de grupos como el Partido Comunista, el Frente Amplio y los núcleos radicalizados que dominaron dicha Convención, los que hicieron oídos sordos a la necesidad de dar cabida a visiones más moderadas y que reflejaran en el proyecto constitucional un sentir mucho más amplio de la sociedad. Sería un error creer que a partir de estos resultados la mayoría ha renunciado a su deseo de introducir cambios. Ciertamente sigue en pie el anhelo de mejores pensiones, mejor salud, mayor seguridad, menos desigualdad y tantas otras demandas que afloraron en la crisis social, pero dichos cambios deben ser hechos en orden y que no pongan en riesgo la estabilidad del país.

Aun cuando tomará tiempo poder decantar en toda su dimensión el mensaje que los electores expresaron en las urnas, el país sale al final fortalecido cuando tantas voluntades parecen converger en puntos que permiten confiar en que se inicia un nuevo ciclo, uno en que las posturas extremas encuentran menos posibilidades de despliegue, revalorándose en cambio la importancia de volver hacia miradas más centristas, y que desactivan la creencia de que el país estaba inexorablemente dividido y condenado a tener que optar entre extremos.

Se advierten ya nítidas ganancias para el país cuando una serie de aspectos hasta hace poco impensados afloran ahora como parte de la nueva realidad. Uno de estos es la voluntad de la mayor parte de las fuerzas de derecha para sostener la necesidad de dictar una nueva Constitución, idea que había sido constantemente resistida en este sector, pero que ahora la ha hecho propia, tal como fue ratificado ayer por las dirigencias de estas colectividades, que han hecho un llamado para iniciar cuanto antes este nuevo proceso. En esto, también es una señal interesante que esta vez la ciudadanía haya confiado en dichos sectores, considerando que antes los había excluido, como quedó a la vista en la composición del órgano constituyente. La derecha política debe comprender que este triunfo la excede con mucho, pues aquí confluyeron votos de centroizquierda e incluso de vastos sectores de izquierda que inicialmente estuvieron con el Apruebo, pero que no compartían las bases maximalistas de la propuesta. Esto exige actuar con generosidad, sin retrasar los cambios que la mayoría espera.

El Congreso también debe asimilar la enorme oportunidad que le ha vuelto a brindar la ciudadanía, al volver a depositar su confianza en dicha institución para que articule los acuerdos y asegure lo más pronto posible un nuevo proceso constituyente. Considerando que en el plebiscito de entrada la mayor parte de los votantes desechó que la Convención estuviera integrada por parlamentarios, este es un paso que debe aquilatarse en toda su dimensión.

El Presidente Gabriel Boric también deberá tomar nota del mensaje expresado en las urnas. Desde luego, el gobierno debe ver ahora con más claridad el error en que incurrió al abdicar de su rol de conducción del órgano constituyente y permitir que las fuerzas más extremas marcaran el tono de la propuesta, así como el haberse identificado sin reservas con ella. Se abre ahora una oportunidad para rectificar, lo que pasa por que el Mandatario refleje en su gobierno este nuevo clima, girando hacia visiones más moderadas. En tal sentido, es valorable que en su discurso de anoche haya buscado transmitir un clima de mayor unidad, y de abrirse a escuchar a todos los sectores. El que haya señalado que el maximalismo, la violencia y la intolerancia deben quedar definitivamente a un lado son señales valiosas, pero que ahora deben traducirse en la composición de un nuevo gabinete, que efectivamente dé cuenta que se ha comprendido la profundidad del cambio. Es una oportunidad inmejorable para remover de sus equipos a los núcleos más radicalizados, y apostar por fuerzas más moderadas. También es valorable que el Mandatario haya señalado al Congreso como el lugar donde buscar los acuerdos, y la cita que hoy tendrá con los presidentes del Senado y la Cámara habla de un buen primer paso.

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